«Derribada la capilla, se abrió la calle que hoy vemos «de Xicoténcatl» llamada en honor de un héroe egregio», Juan de Dios Peza.
Caminar por la ciudad no es sólo caminar por sus calles, pasear por sus edificios o contemplar sus parques (pocos, lo acepto). Caminar por la ciudad es caminar por espacios que alguna vez fueron, y que sin quedarnos evidencia física de ellos, vivieron momentos que ni siquiera nos imaginamos; en realidad nos sorprenderíamos.
Uno de los cuadros más hermosos de la ciudad es el que comprende el Palacio de Minería, el Palacio Postal, el Palacio de Comunicaciones (hoy Museo Nacional de Arte), y sí, la ya también emblemática Torre Latinoamericana vista un poco a la distancia. Todo ello con su cereza en el pastel: la recientemente profanada Estatua Ecuestre de Carlos IV.
Alguna vez en ese espacio sucedió una anécdota que ni siquiera nos imaginamos. El sitio, en algún momento propiedad del capitán Hernán Martín, del ejército de Cortés, sirvió como espacio del Hospital de San Andrés. Ahí, en ese lugar, se construyó el Templo de San Andrés, espacio en el que después de un trayecto digno del mejor humor negro que se imaginen, se realizó el segundo embalsamiento del cadáver de Maximiliano de Habsburgo.
Fue en ese espacio donde cuentan las crónicas que Benito Juárez le pagó una única visita al emperador soñador al que «creía más alto». Con las heridas aún vivas de la guerra recién terminada, el Templo de San Andrés fue demolido para evitar cualquier tipo de culto a Maximiliano; hoy, en ese espacio, se ubica La calle de Xicotencatl.
