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Después de verla me quedé un poco muda. No sabía si reír, llorar o hablarle a un amigo y preguntarle “Oye, ¿qué vas a hacer mañana?”, como intentando emular lo que acababa de ver pero al mismo tiempo evitando pensar mucho en ello.
Le echo la culpa a la edad y a que la película da justo en el clavo, en algo que los jóvenes sabemos pero que conscientemente ignoramos porque no es una verdad agradable. Si bien sería el público joven a quien más ¿estremezca? o al menos, que deje con un raro sabor de boca; «Estocolmo» (dirigida por Borja Soler y Rodrigo Sorogoyen) es una película para todo aquél que guste de cinematografías poéticas (a la Xavier Dolan o Gia Coppola) y personajes interesantes y poquito retorcidos.
La historia, como muchas historias de esta generación en la vida real, comienza en un bar. Chicos que se conocen, se la pasan bien con unos tragos y deben decidir qué hacer después, seguir la fiesta o irse a casa. «Él» gusta de «Ella» (nunca sabemos sus nombres). «Ella» no. «Él» insiste en que se ha enamorado y «Ella» no quiere creerle. «Él» hace de todo para convencerla y al final, lo logra a medias.
Pasean por las calles iluminadas con luces de tungsteno en algún lugar de España, hasta que terminan en el departamento de «Él», tomando un Gin Tonic en un sofá que seguro ha visto esa escena muchas otras veces. “Quiero saberlo todo de ti” le dice «Él» a «Ella». Por un momento «Ella» lo cree y nosotros también lo hacemos. Sabemos que en la vida real eso no ocurre, el amor no funciona así pero cómo quisiéramos que sí. Hasta el momento, es otra película del típico romance con soundtrack independiente de fondo; al menos, hasta que la noche pasa y llega el nuevo día. La historia de amor se vuelve un thriller psicológico y a la luz del día los personajes se muestran tal y como son. “Vete de mi departamento, no quiero saber nada de ti”. «Ella» tiene el corazón roto y se pregunta cómo pudo ser tan tonta.
El fuerte de Estocolmo es cómo dice lo que dice. El plano fijo en la escena del sofá, nos hace pensar que el amor es igual a un acto teatral, en donde todos actúan la mejor versión de sí mismos. Es un juego, como entre «Ella» y «Él», en donde el que siente más es también el que pierde más. Es irónico cómo se juran amor verdadero mientras pasan por un contenedor de basura, cómo «Él» está tan empeñado en tenerla por la noche y «Ella» es tan insistente en ser igual de deseada durante el día.
Una película inteligente, que trata un aspecto de las relaciones sociales y sentimentales de una generación distante, express, que busca algo pero no sabe cómo encontrarlo, que a lo mejor lo encuentra pero no sabe si de verdad lo quiere, y también, que hace un comentario a la psique masculina y femenina con humor negro y las geniales actuaciones de Aura Garrido y Javier Pereira.
«Sólo los humanos se ven a sí mismos en un espejo,» dice González Iñárritu, «lo hacemos porque lo necesitamos. El espejo de nuestra especie es el cine”.
«Ella» se ve en el espejo y no le gusta lo que ve. ¿Acaso podrá cambiarlo? A veces el amanecer no siempre es una oportunidad para iniciar de nuevo, a veces es aquello que nos recuerda que la magia de la noche desaparece en cuanto el sol sale.
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