Por Paty Caratozzolo.
En los años de posguerra hubo una generación de directores iconoclastas que rompieron el esquema hollywoodense y no sólo se atrevieron con temáticas incómodas, fuertes, tabúes, sino que además las acompañaron con melodías dramáticas y sensuales a través de improvisaciones, hard bop, free jazz y ritmos afro-cubanos. Hasta ese momento el jazz sólo se usaba para la música incidental o de ambiente y en algunos casos para números musicales intercalados, pero no a modo de una verdadera banda sonora.
Tennessee Williams nació en 1911 en el infierno del Misisipi. Su nombre era Thomas pero sus compañeros de la universidad lo apodaron Tennessee por su fuerte personalidad gótica sureña. La lista de sus obras maestras que fueron llevadas al cine es impresionante: «Un tranvía llamado deseo», «La gata sobre el tejado caliente», «La noche de la iguana», «La rosa tatuada», «Orfeo desciende». Y además todas estas obras tienen un común denominador: los deseos sexuales contenidos que se desbordan inevitablemente en un ambiente nocturno de calor sofocante.
Es evidente que para acompañar estos temas la música debía ser igual de densa, caliente, sensual y sofocante. En 1951 Alex North compuso su primera banda sonora y era para «Un tranvía llamado Deseo» de Elia Kazán con guión del propio Tennessee Williams. La música compuesta por North fue tan brutal y erótica como el mismísimo Marlon Brando, tanto que la Liga de la Decencia logró quitarle 4 minutos incluso cuando antes ya había sido «adecentada» por la Production Code Administration.
Otto Preminger nació en 1905 en las heladas y lejanas tierras de lo que hoy es Ucrania. Ya había dirigido más de veinte películas en Europa del Este cuando en 1935 es invitado por la recientemente creada Twentieth Century Fox para trasladarse a Hollywood. En 1944 tiene su primer éxito «Laura», y a partir de allí la gloria: «Stalag17», «River of no return», «El hombre del brazo de oro», «Buenos días tristeza», «Porgy and Bess», «Anatomía de un asesinato», «Éxodo».
Para «Stalag17» tuvo la música de Franz Waxman, para «El hombre del brazo de oro» la música de Elmer Bernstein, para «Porgy and Bess» la música de George Gershwin.
Y para «Anatomía de un asesinato» de 1959 toda la banda sonora fue compuesta por el mismísimo Duke Ellington especialmente para la película. «Flirtibird» es el mejor de los temas, el leitmotiv de la protagonista femenina Lee Remick, y como tal refleja a la perfección el espíritu de esa mujer joven, hermosa, sensual, una especie de alienígena en un pueblo perdido del Michigan profundo. Sensual, mezcla de blues, swing y bebop, «Flirtibird» es una verdadera polifonía de jazz y un ejemplo que se estudia aún hoy en las escuelas de música.
Estreno de «Anatomía de un asesinato», el 1 de julio de 1959.
La introducción del jazz contemporáneo a las bandas sonoras del cine en los años cincuenta trajo sofisticación, innovación y una especie de frescura a la forma de contar las historias.
Qué sería del cine de hoy si, en el fondo, no hubiera estado el jazz.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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