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Por Aranzazú Martínez Galeana.
En la Conferencia Mundial de SIDA 2012 los discursos más que unificar una perspectiva conjunta de la enfermedad, han dividido opiniones. Por un lado existe un optimismo latente sobre las mejoras que se han tenido en los últimos años en el combate de la enfermedad, pero por otro existe un cinismo que predica que el continente africano debe hacerse cargo de su propia emergencia en la que se encuentra sumida. Esta reunión ha puesto de manifiesto la complejidad del problema y, en cierta medida, la simpleza de sus soluciones. Indudablemente, la intención y optimismo no son lo cuestionado sino la ceguera ante una realidad que pinta oscura cuando se sale de la periferia de los países desarrollados. Una pandemia, como lo es el SIDA, no puede limitarse a querer ser resuelta en un plano primario o doméstico; requiere de un fuerte compromiso dentro y fuera de sus fronteras y claro, más allá de un cómodo sillón en la sede de su elección.
Mientras que la agencia de Naciones Unidas de Lucha Contra el SIDA (ONUSIDA) calcula que 1.4 millones de personas iniciaron tratamiento el año pasado, 7 millones de personas que viven en países en desarrollo siguen sin tener acceso al tratamiento retroviral (ARV) que desesperadamente necesitan. Aún más, para alcanzar el objetivo global establecido para el 2015 de que 15 millones de personas estén en tratamiento, el ritmo de personas que ha iniciado tratamiento deberá duplicarse. Ejemplificando la poca probabilidad de cumplir esta meta, se encuentra la República Democrática del Congo (RDC). En este país africano menos del 15% de personas que necesitan tratamiento ARV lo reciben, sólo un 11% de las estructuras de salud nacionales lo ofrecen y menos de 6% de las mujeres embarazadas que son VIH-positivas pueden acceder a un tratamiento para prevenir el contagio para sus hijos. Con un panorama altamente complicado y duro, las predicciones esperanzadoras de los líderes y científicos del mundo reunidos en Washington distan mucho de la realidad que aqueja a miles cuando siguen existiendo países como el Congo donde el VIH parece más un maldición que una enfermedad.
Sin embargo, es destacable que países como Zimbabue o Malaui estén dando pasos importantes para responder satisfactoriamente ante esta pandemia al ampliar los programas de tratamiento en los últimos años. Malaui por ejemplo, fue el primer país en África en implementar protocolos de prevención para evitar la transmisión del virus de madres a hijos al dar tratamiento ARV de por vida a madres embarazadas o lactantes con VIH. Mozambique por su parte, se encuentra trabajando en un protocolo similar enfatizando en la prescripción de un mejor y oportuno tratamiento a las madres al realizar constantes mediciones de la carga viral. A pesar de estos destacados avances nacionales, el poco financiamiento y el desinterés de los donantes continúan siendo los principales obstáculos a vencer. Una enfermedad tan devastadora como es el SIDA no debería ser sinónimo de muerte para la mitad del mundo, al contrario, tendría que ser sinónimo de tratamiento oportuno y posibilidad de salir de ella; mientras los tratamientos sean privilegio de unos cuantos, eso se ve poco probable por más que el discurso internacional se niegue a aceptarlo.
Con información de Médicos Sin Fronteras México.
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