Globalizando la tortura

Por Aranzazú Martínez Galeana.

Después del 9/11 la seguridad -con todo lo amplia que pueda llegar a ser-, el terrorismo, así como el interés nacional, se volvieron conceptos desgastados; su uso y abuso con afán de volver una guerra propia, una mundial, provocaron un quiebre entre la delgada línea que separa lo legal y lo ilegal, lo permisible y lo condenable, e incluso entre los límites de la crueldad y perversión humana. El quiebre que se dio fue brutal. Los términos y definiciones se hicieron tan generales que ahora son una quimera donde todo y nada es posible según quien sea la víctima y quien el victimario; el lema era claro por parte del país de las barras y las estrellas: o blanco o negro. Los puntos medios dejaron de ser legibles y con esto, el paso a estrategias de seguridad de cuestionable moralidad y métodos de tortura inhumanos fue inminente.

Globalizando la tortura.

En aras de la justicia y una superioridad mesiánica, Estados Unidos junto con al menos 50 países promovió “un programa de detención, rendición, y tortura de sospechosos terroristas”. Este plan de acción conjurado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA por su siglas en inglés) “anuló los derechos más básicos de las personas, facilitó formas atroces de tortura, a veces capturó a la gente equivocada, y dañó la reputación sobre derechos humanos de Estados Unidos a nivel mundial”. Según el informe de Open Society Justice Iniciative, 13 países de África y Oriente Medio (entre los que destacan Libia, Egipto y Siria), 14 de Asia, 25 de Europa, más Canadá y Australia, participaron conjuntamente con Estados Unidos en este plan donde su apoyo abarcaba un espectro que iba desde permitir a la CIA tener subagencias dentro del país hasta incluso permitir la tortura en instalaciones gubernamentales.

Sobre este último apartado el informe enumera las llamadas técnicas intensivas de interrogación aplicadas contra los detenidos -muchos de los cuales fueron encontrados inocentes- entre las que destaca el waterboarding , obligarlos a permanecer en posturas que generan dolor físico, desnudez forzada o alteraciones del sueño. Sumados a estos despreciables actos se encuentra una realidad igual de dolorosa o incluso cínica; muchos países que abiertamente se han declarado defensores de los Derechos Humanos como Alemania, Reino Unido, Finlandia o Dinamarca son victimarios pese a la postura oficial. Esta contradicción básica lleva a preguntarse si realmente son respetados los DD HH o sencillamente son el estandarte de causas perdidas. Personalmente rechazo la última opción, sin embargo cuando la impunidad reina por encima de la dignidad del ser humano, realmente lo dudo.

La introducción del reporte señala que  la responsabilidad por los abusos no recae únicamente en Estados Unidos sino también en los gobiernos extranjeros implicados pero, ¿qué más da si la responsabilidad es compartida si no se ha hecho lo suficiente? (En el 2009 Barack Obama firmó una orden ejecutiva condenando la tortura pero no el programa de la CIA). ¿Qué pasa cuando en nombre de la seguridad de un sólo país todo es permisible? ¿Los Derechos Humanos entonces están sujetos a la culpabilidad o inocencia que presuman por encima de su condición como humanos?

Finalmente concluye señalando esperanzadoramente que “more than 10 years after the 2001 attacks, Globalizing Torture makes it unequivocally clear that the time has come for the United States and its partners to definitively repudiate these illegal practices and secure accountability for the associated human rights abuses”. ¿Realmente llegó su hora? ¿O sencillamente se continuará “globalizando la tortura” contra un demonio de mil cabezas?