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De todos los personajes encumbrados por la Revolución mexicana, yo me quedaría con Ricardo Flores Magón. Se trató de un hombre que a través de la rebeldía y el periodismo valiente, luchó a favor de los desfavorecidos contra un sistema de gobierno que era injusto a todas luces. Soñador nació y soñador murió.
Sin pelos en la lengua, Ricardo alzó la voz en San Luis Potosí, en pleno Congreso Liberal, para gritar que la administración del entonces presidente, dictador Porfirio Díaz, no era más que «una madriguera de ladrones». Provocó ovaciones y escándalo, tanto que tuvo que refugiarse hacia los Estados Unidos en 1904 donde se relacionó con otros dirigentes socialistas.
Regeneración, uno de sus más importantes legados, en el mundo del periodismo, volvió a ver la luz el 5 de noviembre de 1904 después de haber sido acallado en la ciudad de San Antonio, Texas. Refugiado, a escondidas, Ricardo se ocultó de autoridades estadounidenses y mexicanas. Temía por su vida.
Tras la renuncia de Díaz, y la presidencia de Madero, Ricardo no quedó satisfecho. Sus nuevas críticas se volcaron hacia Carranza y ésto le costó nuevas persecuciones. Siempre afirmó que prefería ser perseguido a traicionar a sus ideas; a su palabra.
En marzo 21 de 1918 volvió a ser arrestado. Esta ocasión bajo una pena de 21 años. El castigo fue demasiado. Abandonado en la Isla MacNeil, Flores Magón vio deteriorada su salud, pero jamás su espíritu de lucha. Se negó en varias ocasiones a pedir perdón y prefirió luchar hasta el final; así lo hizo.
“Si algún día alguien pudiera convencerme de que es justo que los niños mueran de hambre y de que las jóvenes mujeres tengan que escoger alguno de estos dos infiernos: prostituirse o morir de hambre; si la idea de que el hombre debe ser el lobo del hombre entra en mi cerebro, entonces me arrepentiré. Pero como esto nunca sucederá, mi suerte está decretada: tengo que morir en presidio marcado como un criminal”.
La muerte le llegó el 21 de noviembre de 1922. Tras un paso por el Panteón Francés, la historia le ha brindado digno homenaje; hoy sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres. En la memoria retumban aquellas palabras que escribiría en una de sus tantas cartas:
«No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizá inscriban en mi tumba «Aqui yace un soñador», y mis enemigos «Aquí yace un loco», pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: Aquí yace un cobarde y traidor a sus ideas.»
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