«El amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio.» (Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco)
Es en tiempos difíciles cuando las pérdidas duelen más; así sucedió ayer, la noche del 26 de enero de 2014, cuando nos enteramos que José Emilio Pacheco nos había dejado. El ensayista, traductor, novelista y cuentista, pero sobre todo poeta, se nos adelantó. A México le duele; nos hará tanta falta.
La primera vez que leí a José Emilio Pacheco fue en mi adolesencia; sí, con Las batallas en el desierto. Recuerdo bien que al terminar de leer las cerca de ochenta páginas de aquella novela corta me quedé pasmado; «si algún día habría de escribir algo -pensé- me gustaría mucho que fuese muy parecido a este libro.»
José Emilio Pacheco, quien estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, será recordado sobre todo como un prolífico poeta. Su poema Alta traición resulta una referencia máxima de la ambivalencia con la que sentimos los mexicanos a nuestro propio país.
Si bien se puede afirmar que José Emilio fue mas bien discreto, su presencia, ya fuera en persona o con sus letras que siempre defendió como «su única riqueza», fue una guía para la sociedad mexicana. Así lo hizo a lo largo de los años en los que escribió en diversos medios y en diversos géneros.
De carácter afable, coloquial y sencillo, Pacheco quedará en la memoria del mexicano como un personaje ajeno a ese país que describió magistralmente en Las batallas en el desierto. Su recuerdo contrastaría la frialdad e hipocresía del protocolo del México de entonces con esa manera tan suya y simple de ser.
Como influencia de la cultura popular, el trabajo de José Emilio Pacheco se encuentra en la ya muy mencionada canción Las batallas de Café Tacvba, la película Mariana, Mariana del director Alberto Isaac, y la obra El reposo del fuego compuesta por Gustavo A. Farias García.
Es probablemente caer en terreno común el recordar que la memoria de Pacheco perdurará a través de los textos que nos dejó; así como el recalcar que nuestra obligación es no olvidarle y enseñarles a quienes nos sigan su trabajo y quehacer realizados. Pero quizá no sea tan repetitivo cuando nos pongamos a pensar que en el México de hoy, como en su retrato del México de los 40, sigue siendo más fácil aceptar un mundo lleno de prejuicios y odios frente a la inocencia y amor de un chamaco como Carlos… o el propio José Emilio Pacheco.
¡Hasta siempre José Emilio!
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