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La Noche Triste

  • Por Enrique Ortiz.

    No había nadie en las calles mientras marchaban en silencio tal cual se les había ordenado. Caía una tormenta la noche del 30 de junio de 1520 cuando Cortés decidió terminar el sitio que sufría su fuerza mixta de soldados españoles y sus aliados indígenas en la mayoría tlaxcaltecas a manos de los mexicas. Ese día dejarían el palacio de Axayacatl, tomarían la calzada hacia Tlacopan (Calle de Tacuba) y lograrían ponerse a salvo en tierras tlaxcaltecas. Se consultó al nigromante apellidado Botello, un español que era conocido por su conocimiento en la lectura de las cartas, el adivinar el futuro y otras artes “mágicas”. El nigromante confirmo que el 30 de junio era la mejor fecha para realizar la escapada.

    La batalla en el puente de los toltecas. Lienzo de Tlaxcala.

    La batalla en el puente de los toltecas. Lienzo de Tlaxcala.

    La columna se dividió en 3 partes, la vanguardia conformada principalmente por los aliados indígenas, la parte intermedia donde iban las mujeres, las mulas cargadas con artillería y el oro resultado del saqueo y el mismo Cortés con Malintzin. La retaguardia estaba compuesta principalmente por jinetes y arcabuceros al mando de Juan Velázquez de León. La fuerza armada de Cortés había recibido refuerzos sustanciosos, aquellos a los que había convencido de unirse a su aventura con promesas de oro. Se trataban de los hombres de Pánfilo de Narváez, quien arribó a las costas de Veracruz con el objetivo de detener a Hernán Cortes por desobedecer las órdenes del gobernador de Cuba, Diego de Velázquez. La fuerza de Cortés constaba 1100 españoles (según Vázquez de Tapia) más de ochenta caballos y gran cantidad de indígenas tlaxcaltecas, entre 1000 y 4000.

    Dibujo que plasma cómo fue la batalla de La Noche Triste.

    Dibujo que plasma cómo fue la batalla de La Noche Triste.

    La fuerza aliada había preparado un puente portátil de madera para poder cruzar los cortes que tenía la gran calzada de Tlacopan por la que escaparían. Sigilosamente salieron y empezaron su escape cuando una mujer mexica que salió en busca de agua dio la voz de alarma llamando a los guerreros a la batalla (Sahagún y Torquemada). Lo más probable es que los centinelas mexicas se percataran de la acción y llamaran a sus camaradas al combate. Cuando se empezaron a llegar las tropas mexicas en canoas a la calzada de Tenochtitlán-Tlacopan, los españoles y aliados ya habían podido cruzar el primer corte de la calzada llamado de Tecpatzingo (Calle de Tacuba y Eje Central) gracias a la ayuda de su puente portátil. Sin embargo debido a la lluvia la tierra se reblandeció y les fue imposible removerlo para usarlo en el segundo corte el llamado “Puente de los Toltecas” (donde actualmente se encuentra la Iglesia de San Hipólito). La vanguardia aliada pudo cruzar este corte debido a la gran cantidad de cuerpos que llenaron el espacio. Otros castellanos se despojaron de su oro que llevaban alrededor del cuerpo y de sus armaduras para cruzar a nado la laguna. Los pocos afortunados que llegaron al tercer corte de la calzada pudieron llegar a la tierra caminando sobre el fondo de la laguna debido a que el nivel del agua era más bajo, incluso algunos jinetes con sus caballos lograron cruzar de la misma forma. La retaguardia fue la que más sufrió ya que al ver el congestionamiento que había en la calzada decidieron regresar al centro de la ciudad de Tenochtitlán al palacio de Axayacatl, donde después de algunos días fueron capturados y sacrificados. Entre los que perdieron la vida de la retaguardia estaba Blas Botello el nigromante y el “capitán” Juan Velázquez de León. Entre las mujeres la mortandad fue altísima, sólo sobrevivió un puñado entre ellas Malintzin y María Estrada quien se defendía con espada y rodela de los ataques mexicas. La gran mayoría de las muertes de los aliados se debieron a los proyectiles mexicas de hondas, arcos y lanzadardos y al gran peso que llevaban los españoles consigo pues al caer a la laguna para escapar morían ahogados. El peso de la codicia nunca fue tan decisivo en una batalla. En la refriega Cortés estuvo a punto de ser capturado y subido a una canoa para ser sacrificado. Hernán narra en sus Cartas de Relación que perdió dos dedos de una mano en la refriega, sin embargo parece que sólo fue una herida seria sin pérdida de ninguna falange. La famosa mula donde iba el Quinto Real y una parte del oro de Cortés se extravió y nunca se supo qué fue de ella. Finalmente Cortés y su grupo ganaron tierra firme, pero al advertir que eran tantos los que faltaban pidió a Juan Jaramillo que se hiciese cargo de reorganizar los que habían conseguido salir y él volvió para auxiliar a los que quedaban atrás. Entre los últimos en llegar a la orilla estaba Pedro de Alvarado quien había logrado cruzar el segundo corte por medio de una viga y los cadáveres, no como nos dice la leyenda que usó una lanza como garrocha.

    El árbol de la Noche Triste o lo que queda de él. Popotla, México.

    El árbol de la Noche Triste o lo que queda de él. Popotla, México.

    A esa noche sólo sobrevivieron 425 hispanos y 23 caballos, todos heridos. No se salvó ninguna pieza de artillería (Vázquez de Tapia). Toda la pólvora se empapó por lo que perdió su funcionalidad. Según Bernal Díaz del Castillo murieron 860 hispanos en la calzada de Tlacopan más entre 50 y 70 en un combate que se libró días antes en la población de Tecoaque-Sultepec (cerca de Calpulalpan) en las tierras de Tlaxcala que pertenecían a los acolhuas de Tezcuco.

    Lo primero que Cortés preguntó al estar en Popotla fue si su carpintero Martín López y Malintzin seguían con vida. En este momento es cuando la leyenda nos dice que Hernán Cortés lloró al pie de un ahuehuete. ¿Acaso sucedió este evento o es más probable que se haya puesto a dialogar con sus capitanes, contar sobrevivientes, hacer acopio de alimentos y plantear una ruta de escape? Tal vez nunca lo sabremos. A media noche el debilitado ejército aliado dejó Popotla para dirigirse al norte, hacia Tlacopan (Tacuba). Para despistar a los mexicas que deambulaban en la zona, dejaron las fogatas prendidas de su improvisado campamento para dirigirse al norte con la esperanza de llegar a tierras amigas, tierras tlaxcaltecas.

     

     

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