Por Paty Caratozzolo.
La belleza ha sido invocada, revisitada y redefinida desde la antigüedad como ese momento efímero de felicidad y plenitud inagotable de vida, y ha sido condenada desde el principio al trágico final que a su vez es su redención.
Rino Stefano Tagliafierro, experto en arte visual y dirección artística de cortometraje, sabe de belleza y por eso nos sorprende con su última producción «Beauty», que no ha dejado de presentarse desde 2014 en todos los festivales de arte del mundo para delicia de los amantes del arte, el cine, la animación y las nuevas tecnologías digitales.
En el breve video «Beauty» aparecen, en forma de sucesión de diapositivas, 115 cuadros famosos que descansaban impasibles (hasta ahora) en los museos del mundo. Cada cuadro se queda en la pantalla unos cinco segundos y la novedad es que mediante técnicas digitales se les agregó una pequeña animación para que una parte del cuadro se mueva en forma muy sutil.
Las imágenes están seleccionadas a partir del concepto tradicional de belleza, con obras que van desde el renacimiento, pasando por el manierismo, el arte pastoril, el romanticismo, el neoclasicismo hasta el simbolismo de finales del siglo XIX. Tagliafierro, que es además un solicitado experto en instalaciones interactivas para exposiciones y museos, intenta y logra arrancar la fuerza expresiva de la belleza de cada cuadro y la hace brotar desde la inmovilidad del lienzo, dándoles vida a través de la inesperada animación.
Hay paisajes, bodegones, animales, pero sobre todo hay mujeres, muchas mujeres. Vestidas, desnudas, jóvenes, niñas, alegres y tristes pero todas enigmáticas. Tagliafierro eligió aquellas cuyas miradas hubieran quedado detenidas en el tiempo y las devolvió a la vida. Hay muchas mujeres de William Bouguereau y de su discípulo Guillaume Seignac. Y entre todas una de Seignac que no podremos olvidar jamás: el «Desnudo reclinado». La joven adolescente recostada descuidadamente sobre un sofá, apenas cubiertas sus piernas por la transparencia de un tul. La cabeza apoyada en la almohada, los oscuros y sedosos rizos enmarcando su rostro de niña y esos ojos… ese brillo acuoso de sus ojos reclamando nuestra atención, nuestro amor, nuestro acto. El misterio del tiempo, la vida y la belleza en el desnudo cuerpo de una mujer como en los inmortales versos del «Soneto 19» de William Shakespeare:
Mella, tiempo voraz, del león las garras
Deja a la tierra devorar sus brotes
Arranca del tigre su colmillo agudo
Quema al añoso fénix en su sangre…
Pero un crimen odioso te prohíbo:
No cinceles la frente de mi amor,
Ni la dibujes con tu pluma antigua
Permite que tu senda siga, intacto
Ideal sempiterno de hermosura
Mi amor será en mis versos siempre joven.
La historia del arte nos ofrecía hasta ahora imágenes de movimiento congelado, hoy la invención digital las vuelve a la vida mediante el fuego del movimiento latente, como si renaciera de las cenizas originales, como si repitiera por toda la eternidad los famosos versos del soneto transformado: la belleza será en mis versos siempre joven.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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