Por Paty Caratozzolo.
“Nací por casualidad, el 10 de marzo de 1920 en la puerta de una maternidad cerrada por huelga. Mi madre se hallaba en su décimo tercer mes de gestación y no pudo aguardar a que terminara la huelga”.
Así empieza la autobiografía de Boris Vian y ya se nota su buen humor y su fino sarcasmo. Fue un hombre sensible pero individualista en una época en que lo bien visto era ser existencialista y comunista. Quizás por eso fue invitado por Raymond Queneau al Cuerpo Ilustre de Sátrapas donde escribieron las letras de las canciones que marcaron toda una época de la vida parisina. Una de esas canciones fue «Si tu t’imagines» que se volvió inmortal en la interpretación de la bellísima Juliette Greco.
De su curiosa y extravagante obra literaria la más ocurrente es quizás «La espuma de los días». En ella hay un poco de todo, como en su propia vida: hay mucho jazz, sofisticados inventos, muestras de sus dotes como crítico literario y hasta un personaje real que se vuelve irreal.
Su personaje tomado del real es Jean Sol Partre, algo así como “Juan el pescado” inspirado en Jean Paul Sartre, que primero fue su amigo y luego pasó al bando contrario al robarle a su mujer (en la vida real, claro).
El invento ficticio es el “pianoctel” una mezcla de piano y coctelera que prepara las bebidas combinando las medidas de licor según las melodías y el ritmo que se interpreta. No es de extrañar que las canciones preferidas para interpretar en el pianoctel sean del pianista de jazz más admirado por Vian: Duke Ellington, a quien había conocido en 1938 durante su gira europea. «Black and Tan Fantasy» y «Chloé» son algunas de las muchas baladas que aparecen nombradas y es precisamente Chloé el nombre que Vian toma para su personaje femenino principal. Chloé es a la vez la Ofelia del cuadro de John Everett Millais y la Justine de la película «Melancolía» de Lars von Trier. Y es que el tema de la novela es nada menos que LA Melancolía.
En la mismísima noche de bodas Chloé empieza a sentirse mal: la melancolía irrumpe primero en su tierno cuerpo y luego provoca un efecto devastador en todo el universo de los demás personajes. A medida que un nenúfar invade el pecho de Chloé todo el ambiente se vuelve húmedo y asfixiante. Finalmente, todos los personajes entran en un estado de melancolía… incluso la casa empieza a sufrir: se achican las ventanas, se oscurecen las habitaciones, se llena de humedad y termina siendo un pantano.
«La espuma de los días» empieza como una comedia, sigue como una ópera sarcástica y termina como lo que verdaderamente es: un desgarrador alegato por la desilusión que produce el amor, la irremediable imposibilidad de asumir libremente nuestro deseo y la desazón de sentirse arrastrado hasta el lugar donde se forma la espuma de las olas, allí donde los ríos desembocan en el mar.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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