Por Paty Caratozzolo.
«…en mi amargura hablo conmigo mismo,
ardiendo por dentro con ira vehemente,
mientras soy arrastrado violentamente
como una nave sin timón.»
«Estuans Interius», de Carmina Burana (poemas anónimos del siglo XII).
Dice Christiane Zschirnt que al final de una tragedia deben morir todos sus protagonistas. Si esto es así, William Shakespeare escribió la que puede considerarse la única y verdadera tragedia, «Hamlet»: primero mueren algunos, luego mueren otros tantos y al final mueren todos.
«Hamlet» tiene más de 400 años y sigue despertando ansiedades, provocando inquietudes y originando estudios y ensayos. Todos coinciden en que «Hamlet» es un enigma, pero como dijo Lev Vygotsky en su «Psicología del arte»: lo verdaderamente malo es que todos quieran resolver el enigma, aunque la pregunta no es ¿ser o no ser? sino: Hamlet ¿es o se hace?
Veamos: Hamlet se entera de que su padre fue asesinado apenas empieza la historia, y por lo tanto tendría tres buenas razones para matar inmediatamente a su tío: por venganza ya que mató a su padre; por justicia ya que él es el heredero pero su tío se coronó rey; y por honor ya que su tío se casó con la viuda, o sea con su propia madre. Tres poderosas razones pero Hamlet… no hace nada.
¿Por qué no hace nada? Hasta finales del siglo XIX todos se enfocaron en las circunstancias que le impedían vengarse, o sea en su mundo exterior. Y desde Freud en adelante se centraron en la psicología del personaje, o sea en su mundo interior. La verdad es que si Shakespeare hubiera resuelto la tragedia en la escena quinta del acto primero pues… ¡ya se hubiera acabado el show!
«Estuans Interius», de Carmina Burana.
Sigamos: Hamlet lleva dos meses sabiendo la verdad y se le han ocurrido sólo dos ideas: hacerse pasar por loco y representar una obra de teatro para desenmascarar a Claudio.
Lo primero le sale bastante bien porque sabiendo que lo vigilan recita su famosa línea de ser o no ser (sin la calavera en la mano que eso es de otra escena), y finalmente todos creen que está deprimido y que se va a suicidar. Lo de representar una obra de teatro con la historia del asesinato de su padre no le sale tan bien: Claudio no confiesa, Hamlet mata sin querer a su futuro suegro, le dice cosas horribles a Ofelia, que ya no aguanta y se suicida y, finalmente, le hace un escenita moral a su madre pero termina regañado.
«Ofelia» (1852), de Sir John Everett Millais.
Solo hasta el final los acontecimientos se precipitan: todos sus amigos mueren, todos sus enemigos mueren y todos juntos quedan moribundos en el piso. Mientras Hamlet se da cuenta de que más le hubiera convenido matar a Claudio desde el principio, casarse tranquilo con Ofelia y mandar a su madre a un convento por las dudas.
Claro que si esto hubiera sido así, no hubiera habido historia, Lacan no hubiera escrito sobre la teoría de la doble muerte biológica/simbólica, ni Zizek su genial ensayo «Sólo se muere dos veces». Shakespeare sí sabía pues.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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