Por Paty Caratozzolo.
“Y si al salir de los banquetes, de las sociedades científicas o de las agradables reuniones entre amigos, llego a casa a altas horas de la noche, allí me espera una pequeña y semi amaestrada chimpancé, con quien, a la manera simiesca, lo paso muy bien. De día no quiero verla pues tiene en la mirada esa demencia del animal alterado por el adiestramiento; eso únicamente yo lo percibo, y no puedo soportarlo.”
«Informe para una academia», de Franz Kafka.
Franz Kafka escribe el «Informe para una academia» en 1917 posiblemente influido por las investigaciones sobre las capacidades mentales de los monos que Wolfgang Köhler publicaba antes de la primera guerra para la Academia Prusiana de las Ciencias. Resulta curioso que después de la guerra Köhler fundara en Berlín la Escuela de Psicología de la Gestalt; y no menos curioso saber que luego de la segunda guerra fuera presidente de la Academia Americana de Psicología. Se me ponen los simios pelos de punta.
A partir de bestiarios medievales y otros documentos antiguos, Walton Ford crea cuadros en los que interpreta escenas hiperrealistas con animales a los que otorga cualidades humanas. «Jack on his deathbed» (2005) se basa en las cartas de Sir William Hamilton, embajador americano en Nápoles de 1764 a 1800, en las que comenta el extravagante comportamiento de su mascota. Hamilton se divertía contando las poses obscenas, los caprichos depravados y el singular apetito sexual del pobre mono aunque algo hace sospechar que, en el asfixiante ambiente del siglo XVIII, posiblemente esa era una forma de expiar sus propias fantasías en la exótica corte napolitana.
“Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando que hayan concluido y se bebe el sobrante de la tinta. Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo”. Así describe Jorge Luis Borges las curiosas costumbres de un mono imaginario en su bestiario de 1957. Borges, poco amigo de morbos, imagina un mono que devora tinta como el origen de la capacidad humana de escritura.
«El mono de la tinta» de Francisco Toledo, en «Manual de zoología fantástica».
Frank Baum escribe «El maravilloso mago de Oz» en 1919 y allí Kiki y el Rey Nome forman un ejército con doce monos para conquistar la tierra de Oz. Este ejército de monos resulta el Macguffin de la película «Doce monos» (1996): el protagonista debe volver al pasado a detener a los monos que supuestamente provocaron que la humanidad debiera volver a una vida animal subterránea. Nuestro pasado simiesco queriendo arrastrarnos en un viaje inverso al imaginado por Kafka. Se me caen los hominoideos pelos.
Se los llamó simios, del latín similis, debido a la gran similitud entre sus gestos y el comportamiento humano. Luego esta similitud resultó en horror. Horror disfrazado a haber sido monos en el origen, queriendo tapar el horror a convertirnos en otra especie de bestias al final: en humanos.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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