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De la nada de AMLO a la avaricia de algunos

Por Daniel Higa Alquicira.

No se me puede olvidar aquella frase que en sus días de más grandes glorias políticas dijo el profesor Carlos Hank Gonázlez: “un político pobre es un pobre político”. Y tal vez no fue el político fenomenal como él mismo se vislumbraba, pero si fue lo suficientemente hábil para hacer que su dinastía siga siendo una de las más ricas de México.

En México es impensable hablar de políticos y no relacionarlos directa o indirectamente con un enriquecimiento desmedido.

La familia Salinas de Gortari, los Moreira, los Figueroa en Guerrero, ahora Duarte en Veracruz, los Fox en Guanajuato, los hijos de Marta Sahagún, Elba Esther Gordillo, Fidel Velázquez, Carlos Romero Deschamp, los jóvenes panistas que llegaron al poder de la mano de Felipe Calderón y una lista interminable de nombres.

Por más intentos que se han hecho para detener los casos de enriquecimiento inexplicable de algunos políticos, nada detiene esta relación dicotómica entre poder y dinero. Es más, nosotros como sociedad la hemos aceptado, juzgamos duramente estos casos pero terminamos aceptando –la gran mayoría– que dada la oportunidad, se actuaría de la misma manera.

Si Javier Duarte puede tener una mansión en el lujoso fraccionamiento The Woodlands Creekside Park en Houston, o Enrique Peña Nieto puede comprar una casa de descanso en Ixtapa de la Sal de algunos millones de pesos, o Miguel Ángel Yunes puede tener una casa de lujo en el municipio en Boca del Río y departamentos en Nueva York, la cosa va por el camino correcto; es decir, son funcionarios públicos o representantes populares que han hecho una fortuna “gracias a su trabajo” en la política.

Pero que un tipo como Andrés Manuel López Obrador diga que no tiene nada material, es una cosa de locos, según los propios políticos. “No tengo cuenta de cheques, ni tengo tarjeta de crédito”, mencionó el dirigente de Morena, en su declaración pública denominada 3 de 3.

«Realmente no tengo bienes materiales, ya lo que tenía lo cedí, lo entregué a mis hijos, a los hijos mayores, desde que falleció Rocío (su primera esposa)», declaró en un vídeo publicado en Facebook, en donde además señaló: “No quiero que la derecha me confunda con Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña y otros corruptos. No somos iguales”.

Esto propició que el dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Ochoa Reza, lo llamara «mentiroso que no cree en la transparencia».

“Esa vida donde no gasta, no gana, no renta y no es dueño de nada, no la tiene ni Obama”, ironizó.

Mientras que Ricardo Anaya Cortés, dirigente nacional del Partido Acción Nacional (PAN), señaló que López Obrador «ha evidenciado su menosprecio a la inteligencia de los mexicanos, a quienes considera que puede convencer únicamente con el poder de su palabra».

Estas entre muchas reacciones a la declaración patrimonial del líder de Morena. Incluso, Juan Pardinas, director del Instituto Mexicano para la Competitividad A.C. (IMCO), reconoció que “sí deja muchas dudas y frentes abiertos, pues se cumple un propósito en la presentación de estos documentos”, pero “legítimamente la gente ha cuestionado cómo es posible que sólo tenga una cuenta de nómina, que no tenga seguros, que no tenga tarjeta de crédito (…)”.

¿Será imposible vivir con un salario de 50 mil pesos mensuales –como lo declaró AMLO– y no necesitar nada de esto? ¿Un político no puede ni debe tener nada? ¿Un político que no tiene nada, es un pobre político?

Que quede bien claro que no pretendo ni es mi intención defender a AMLO y su declaración 3 de 3, lo que me mueve con estas declaraciones es que finalmente la interpretación social que se tiene en México de ser político, es aquella relacionada a la riqueza personal y no al servicio público.

Suena romántico en una realidad tan cruel como la que vivimos y por eso en la práctica, algo sucede pero todos quieren una rebanada del pastel. Como hubiera dicho Porfirio Díaz en su momento, “ese gallo quiere maíz”…

Foto: Mario Delgado.

 

 

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