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Nació en Italia…

Columnistainvitado
Por Paty Caratozzolo
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La Commedia dell’Arte nació en Italia en el siglo XVI como una forma de espectáculo que ni un artista surrealista podría haber imaginado mejor: algunos pocos elementos del teatro renacentista italiano mezclados intrincadamente a las sofisticadas tradiciones carnavalescas de máscaras y vestuario, un toque picaresco de la mímica de juglares y bufones y una pizca de las habilidades acrobáticas de los malabaristas callejeros.

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«Italian Actors», de Antoine Watteau (circa 1719).

Las compañías iban de pueblo en pueblo y preparaban sus espectáculos incorporando las noticias y las historias de los personajes singulares de cada lugar que visitaban. Salían de territorio italiano y viajaban por toda Europa en pequeños grupos de apenas diez personas, en general ocho hombres y dos mujeres, que representaban siempre los mismos personajes divididos inexorablemente en tres bandos que jugaban al juego interminable del nunca acabar:

Estaban los tiernos enamorados, tal vez de nombre Rosaura y Florindo, sufriendo y suspirando por no poder nunca concretar su amor.

Estaban los no tan venerables ancianos, viejos verdes, avaros, gruñones, fanfarrones, cobardes, borrachos… en fin, un dechado de virtudes con nombres rimbombantes como Il Dottore, Il Capitano, Pantalone y Tartaglia.

Y finalmente el alma de la fiesta, los criados, siempre jóvenes, con sus historias intrigantes, enredos, chismes, groserías, la crema y nata de toda historia que se precie: Arlequín, Pierrot, Colombina, Pulcinella. Siguen siendo los más queridos y recordados, traspasaron la frontera del tiempo y del lugar para convertirse en personajes universales.

Ser bueno en la Commedia dell’Arte no debió ser nada fácil: no había libretos escritos sino una especie de guiones, los canovacci, donde se presentaba un esquema básico de los argumentos y se les indicaba a los actores dónde realizar las improvisaciones, que ellos mismos inventaban sobre la marcha.

El idioma que hablaban tampoco era normal: en cada región extranjera a la que llegaban usaban diferentes dialectos y modismos, el grammelot, que era la imitación onomatopéyica de los idiomas locales mezclando de vez en cuando palabras verdaderas con sonidos sin significado. La connotación que lograban era a veces chusca o subida de tono y otras veces un poco ofensiva, pero el sinsentido les permitía evitar la censura, sobre todo de la iglesia que no veía con simpatía esta forma pagana de entretenimiento.

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«Pierrot et Arlequin», de Paul Cézanne (1888).

Hacían las representaciones al aire libre con muy poco decorado y un sencillo telón de fondo hecho de tela pintada, pero sus trajes y máscaras siguen siendo reconocibles cuatrocientos años después: la media máscara negra del Capitano que apenas servía para ocultar su fanfarronería, el trajecito de rombos de Arlequín que lo hacía aparecer siempre tonto y el blanco cuello almidonado de Pierrot sosteniendo la eterna lágrima de su mejilla.

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«Pierrot and Harlequin», de Pablo Picasso (1920).

Los personajes de la Commedia dell’Arte han sobrevivido incluso a la desaparición del arte de la comedia italiana y se han transformado con el paso de los años en versiones tan refinadas que apenas podemos reconocerlas… porque… ¿Quién podría encontrar diez diferencias entre la Commedia dell’Arte y la Ópera de Pekín? Se los cuento la próxima semana.

Imagen de portada: Ensayo en el Teatro a l’ Avogaria de Venecia (2013).

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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