…y una para todos

Por Paty Caratozzolo.

Sigo con Hwai Min.- Además de escritor, bailarín, coreógrafo y fundador del Cloud Gate Dance Theater, Lin Hwai Min dirige en Taiwán las escuelas nacionales de danza donde se preparan nada menos que diez mil niños.

«Moon Water» es la superficie de la luna donde los bailarines se mueven como astronautas en la gravedad reducida de su superficie: once hombres y mujeres, con pantalones bombachos blancos, el torso cubierto con bodies color piel, acostados en un escenario completamente negro, salvo unos trazos circulares de arena blanca en el piso. Los movimientos son tan lentos y silenciosos que, cuando se dejan caer al piso apenas se nota que hay una capa de agua y se alcanza a distinguir el sonido del leve chapotear y de la ropa mojada escurriendo. De repente se hace la magia y nos envuelve la «Suite #5 para cello» de Johann Sebastian Bach. ¿Qué más se puede pedir a la luna?

«Si el bailarín occidental es como Ícaro, que va siempre hacia arriba,
que se eleva como las iglesias católicas… nosotros vamos pegados
a la tierra en horizontal, como la gran muralla, obteniendo de ella la fuerza.
Las rodillas siempre flexionadas y un movimiento no vertical
sino con la energía fluyendo en forma de ocho, creando espirales,
como en la caligrafía, sin trazos rectos», Lin Hwai Min.

«Moon Water», de Lin Hwai Min.

Me detengo con Neumeier.- Con motivo del 200 aniversario del nacimiento del escritor Hans Cristian Andersen, la corona danesa comisionó a John Neumeier la realización de «La sirenita». La interpretación terriblemente profunda y dramática, tan cercana a la versión original, se hace difícil de entender después de que Disney la arruinara completamente con su versión popuplástica. Andersen era gay y «La sirenita» es su autobiografía: se había enamorado de un hombre que lo abandona y se casa para cumplir con las apariencias impuestas.

«Ninguno de mis trabajos estará realmente terminado hasta que yo muera.
Miro cada actuación que puedo para criticarme,
para imaginar otras maneras de hacerlo, para cambiar las cosas pequeñas,
a veces las cosas más grandes.
Para que un ballet llegue a tocar el corazón, tiene que estar vivo.
No tiene sentido hacer una historia con arte y técnica,
pero que no llega al corazón», John Neumeier.

«La sirenita», de John Neumeier con el Ballet de San Francisco.

Y termino con Pina.- La más grande coreógrafa del siglo XX, Pina Bausch. Sus escenarios son desoladores y sus temas hirientes, llenos de melancolía y surrealismo. Hay en escena personajes que danzan solos todo el tiempo como autistas, o que repiten movimientos como autómatas que no pueden reaccionar ni integrarse con los demás. Hay otros que simplemente caen: una mujer de vestido amarillo camina como sonámbula entre paredes de hormigón y un hombre que camina a su lado la endereza cada vez que se inclina para un costado, otro hombre se lamenta y gime metido en una caja de cristal en el medio del bosque, una mujer de rojo entre las hojas secas cae hacia adelante una y otra vez para que un ángel a su lado la levante… caer, caer, caer y danzar, para no morir.

«Danzar, danzar… de otra manera estaremos perdidos», Pina Bausch.

«Glasshouse», de Pina Bausch.

Imagen de portada: «El rito de la primavera», Pina Bausch, Tanztheater Wuppertal.

Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!