Un fin de semana apoteósico. Roger Waters hizo que nuevamente soñara, me estremeciera y cayera en esos delirios dialécticos en donde las creaciones musicales y visuales de uno de los genios del rock, me llevarán a pensar en esa inexplicable dualidad –entre lo grandioso y lo terrible– que pueden llegar a producir los seres humanos.
Inolvidables conciertos. Pero al mismo tiempo, Waters me ha hecho reflexionar mucho sobre lo que representa México en el mundo y la visión que se tiene en otros países.
La grandeza de Roger Waters está más allá del bien y del mal. No necesita más reflectores, el mundo literalmente se rinde a sus pies y su estela de rock star lo pone en una situación muy cómoda ante la realidad que vivimos día a día los pobres mortales.
Pero el genio se comprometió políticamente. El rock star bajó a la tierra y se dio cuenta de las miserias que a veces recibimos como justicia. Exigió, desde su Olimpo, un poco de respeto a la vida de los demás.
“Señor presidente, sus políticas han fallado. Escuche a su gente. Los ojos del mundo lo están observando”, señaló en el Foro Sol y el Zócalo de la Ciudad de México.
Recordó a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, a los miles y miles de personas que nadie sabe dónde están.
“Señor presidente, más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido. Muchos de ellos durante su mandato, desde el 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? El no saber es el castigo más cruel. Recuerde que toda vida humana es sagrada; no sólo la de sus amigos”, dijo Waters.
Sus palabras retumban, como su bajo. Su discurso cala, porque puede ser que ya nos hayamos “acostumbrado” –y lo entrecomillo porque nadie se puede acostumbrar a la muerte y el olvido–, pero escuchar esto nuevamente, duele y mucho.
“La última vez que toqué aquí en el Foro Sol, conocí a unas familias de los jóvenes desaparecidos de México. Sus lágrimas se hicieron mías, pero las lágrimas no traerán de vuelta a sus hijos”, dijo Waters en un mensaje leído en español al referirse al caso Iguala.
Una y otra vez las familias lloran. Una y otra vez nos hicieron creer que eran los “daños colaterales de una guerra exitosa”. El presidente del sexenio pasado –para mí uno de los peores de las últimas décadas–, se enorgullecía de su “decisión de enfrentar a los enemigos cara a cara y sin titubeos”.
Ahora, el presidente en turno, continúa con esas estrategias. Y si para nosotros esto era algo “normal”, para el mundo es una tragedia humanitaria.
Y Waters lo demostró. No es solamente que en México «las buenas noticas no se cuentan», sino que las malas toman tanta fuerza, que ya no permiten ver más allá de eso.
Supongo que el mundo se ha de seguir preguntando: ¿Y dónde están los 43 estudiantes de Ayotzinapa? ¿Cómo es posible que no sepan dónde están? ¿Cómo es posible que las autoridades sean tan ineptas y no de una respuesta?
Un gran misterio al cual parece, no quieren encontrar las respuestas. Pero México es así. Olvidadizo, incierto en las explicaciones de los hechos históricos; siempre con un velo de misterio en las versiones oficiales que hacen sospechar que están llenas de ineptitudes, corrupción o desprecio hacia la sociedad.
Roger Water cimbró el Zócalo el 1 de octubre, unas horas antes de conmemorar 48 años de aquel 2 de octubre de 1968. Un hecho que sigue indignando, convocando a las protestas, congregando mítines y manifestaciones; pero que tampoco ha encontrado una justicia verdadera para las víctimas.
Así, con la magia que producen algunos genios y las coincidencias de la vida, Waters nos hizo transitar políticamente de Ayotzinapa y la maligna estrategia de seguridad nacional, para llegar a otro 2 de octubre más con las mismas dudas que no han sido resueltas desde hace 48 años.
Y al presidente –con esa suerte que tiene de que cada vez que pasa algo importante en México, él está en el extranjero–, le podrán ocultar muchas cosas, pero su equipo tendrá que trabajar muchísimo para ocultarle los “¡fuera Peña Nieto!” y el #RenunciaYa que le han dado la vuelta a todo el mundo de la mano de Roger Waters.
Fotos: Brenda Rendón.
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