Una breve «defensa» a favor de Bob Dylan

Por Asfaltos.

La primera vez que conocí a Bob Dylan, así lo que se dice conocerlo bien, fue hace 13 años cuando estaba estudiando la preparatoria (porque sí, estudié la preparatoria, aunque usted no lo crea). En una clase de inglés impartida por una alegre y diligente profesora de nombre Paula Browne, recuerdo que en una de sus tantas dinámicas nos presentó a Dylan con su canción «Hurricane». Browne, irlandesa de nacimiento, tenía un amor confeso por Dylan; sí, por su música, pero sobre todo por sus letras.

En un texto de Jorge Carrión para el New York Times en su edición en español, recuerda a Kjell Espmark, presidente del Comité Nobel de 1988 a 2005, por la mención que éste hace de los estatutos en cuanto a lo que se entiende como literatura: «no solo trabajos puramente literarios sino también otros escritos que por la forma de presentarse posean valor literario». El propio Carrión cree que se pensaba mas bien en los ensayos, pero con el tiempo el teatro y el periodismo terminaron siendo incluidos, por lo que «era cuestión de tiempo que se lo dieran a alguien que no fuera estrictamente un ‘escritor literario'», como este año sucedió con Dylan.

Es cierto que si se revisan la totalidad de las canciones de Bob Dylan uno se puede encontrar con temas no tan buenos como «Slow train coming», en el que la letra no es de destacar; pero también es cierto que aún entre los materiales menos favorecedores, se encuentran bellezas como «Every grain of sand», que para ser francos es una de esas letras que cualquier músico firmaría en este momento por escribir. También es cierto que para muchos Leonard Cohen, con quien mantiene mucho en común aún hoy cuando los medios pareciera que quisieran confrontarlos, debió haber sido el honrado con el título del «primer músico en ganar el Premio Nobel de Literatura«. Sin embargo, y para ser justos, la carrera y trabajo de Bob Dylan da muestras de que en efecto no se trata de un ajeno a este honor. Pudieron haber sido otros, claro, como sucede con todos los premios; pero vamos, ya ha habido en otras categorías de los Nobel otros galardonados que siguen causando polémica y -si me apuran – hasta un poquito de pena… ¿Me estás leyendo, Barack Obama, Premio Nobel de la Paz?

Ante todo hay que destacar que como con aquella «Hurricane» con la que Paula Browne me lo presentó, Bob Dylan se ha destacado por ser un gran contador de historias. Sí, Dylan ha pasado a lo largo de su amplia carrera por todo tipo de canciones, pero si se le piensa como un contador de historias los ejemplos sobran. A la ya mencionada «Hurricane» súmenle la presencia de «Durango», «Lily Rosemary» y «Ballad Of Hollis Brown», para darse cuenta de la versatilidad de un músico que se convirtió en autor.

Esa misma versatilidad lírica, que le ha valido el reconocimiento por el que hoy escribo sobre él, obviamente se amplió a lo musical. Era el Newport Folk Festival de 1965, momento histórico que se encuentra tremendamente plasmado en el documental «No Direction Home» del melómano director de cine Martin Scorsese, momento en el que un Bob Dylan revolucionario saltaba al escenario para fusionar pese al enfado de los más puristas asistentes, el folk con el rock. No se juzga a quienes abuchearon a Dylan, por decirlo menos, porque fue tan revolucionario el asunto que nadie estaba preparado para el paso tan poderoso que hacía éste hacia un rock más evolucionado e inteligente, sin duda uno digno merecedor al de sus orígenes.

Ejemplos líricos hay muchos. Por ejemplo, podemos encontrar relatos llenos de rencor, ira y dolor como el de la letra de su canción «Tangled up in blue» incluida en el tremendo «Blood on the tracks». En momentos dolorosos para Dylan, tras una separación que le dejó emocionalmente destrozado, el músico brilla con luz propia con un trabajo en el que escribe como si fuera un poeta. No sé si exagerado o no, pues no me encuentro capacitado para hacer la comparación, pero ya en ese momento a esta canción se le consideraba una versión corta y sonora del novelista Marcel Proust.

Ya que hablamos de escritores, por ejemplo, mencionemos a «Brownsville Girl», canción que escribiría precisamente al lado del dramaturgo Sam Shepard. Perdida en uno de los álbums (visto como obra redonda) menos afortunados de Bob Dylan, «Brownsville Girl» es otro ejemplo del genio de Dylan, quien junto a Shepard construye una canción que termina siendo una verdadera aventura western de dimensiones tremendas. Esta canción, por cierto junto a otras que se encontrarán después de su etapa de los sesenta, es muestra de cómo Dylan escribió grandes canciones aún en sus materiales «menos geniales».

Mucho se puede escribir pues sobre Dylan, músico que desde hace 13 años me ha parecido absolutamente genial, y por momentos muy por encima de otros grupos o músicos de la época a quienes la fama los ha inflado por encima de su valor real. En fin, venga hasta acá un breve pero sustancioso homenaje al Premio Nobel de Literatura 2016, Bob Dylan, y venga a partir de ahora una invitación a los más jóvenes que curiosos podrían acercarse a un músico que de lo contrario podría haberse perdido.

Asfaltos. Sobrevivo en una ciudad junto a millones de personas. ¿Mexiqueño? Me enamoro rápido y olvido difícilmente. Amo la música, el cine, los cómics, las mujeres y -últimamente gracias a los servicios de streaming– las series también. Vivo la vida a través de letras y melodías. Músico frustrado. Me pueden encontrar escuchando U2, Radiohead y Coldplay; así como Grand Funk Railroad, Styx y Eric Burdon; Chetes, Jumbo y Siddhartha; y hasta Jesse & Joy, Silverio y Aleks Syntek. Batman y Star Wars mis pasiones; también el Cruz Azul, pero ya saben… subcampeonísimo. Sobreviviente y náufrago; ermitaño que odia la soledad.