Fra Diavolo

Por Paty Caratozzolo.

«Si es cierto que “diabólico” significa esencialmente
la coincidencia de la muerte y el erotismo,
si el diablo no es al fin y al cabo sino nuestra propia locura
si lloramos, si profundos sollozos nos desgarran
no podremos dejar de percibir,
vinculada al naciente erotismo,
la preocupación, la obsesión de la muerte».

«Las lágrimas de Eros» (1961), Georges Bataille.

Desde que el hombre de las cavernas tuvo conocimiento de su propia muerte, apareció en él la conciencia de lo diabólico en una forma embrionaria. El hombre reconoció su propia mortalidad y empezó a vivir a la espera de la muerte. La conciencia de la muerte como revelación por un lado y el erotismo por el otro, surgieron al mismo tiempo por contraposición forzosa.

La conciencia de la sugestión diabólica entre los hombres prehistóricos fue el simple conocimiento de la propia muerte que dio lugar a la idea de la «pequeña muerte», de la danza salvaje del sexo. Llegó el cristianismo y se las arregló para establecer que el erotismo era «la» obra diabólica y que por el contrario la muerte era el paso a la vida eterna y celestial.

«El sueño de Tartini» (1824), Louis-Léopold Boilly.

Luego en la Edad Media la confusión dio otra vuelta de tuerca y se metió, ¿por qué no?, con la música: resultaba que ciertas combinaciones de notas, que hoy llamamos acordes, sonaban muy perturbadoras, disonantes, oscuras… la simple combinación de tres tonos enteros iba contra la idea de lo celestial, así que pasó a asociarse con el diablo. Guido de Arezzo fue el monje benedictino que prohibió, allá por el 1030, el uso del inocente tritono y para que no quedara posibilidad de uso accidental inventó el solfeo, o sea la escala de semitonos. Pero tantito nos descuidamos los tritonos aparecen por donde sea…

La «Sonata para violín en sol menor» (1713), de Giuseppe Tartini, surge de una pesadilla en la que el propio Tartini sueña que el diablo es el que inventa su sonata, llena de malditos tritonos.

«Sugestión diabólica», interpretada en 1961 por Sviatoslav Richter.

Cien años después, la aparición del diablo se hizo tema de preocupación entre los escritores y músicos con un personaje de las antiguas fábulas alemanas: Fausto, con versiones que resultan casi infinitas, empezando en 1808 con el más famoso, el Fausto de Goethe.

Los cuatro valses «Mefisto» (1885), de Franz Liszt, se basaron en más tritonos pero en otro Fausto, el de Nikolaus Lenau, el más grande poeta lírico de Austria, el poeta del dolor y el amor imposible, el melancólico y pesimista.

La «Sugestión diabólica» (1908), de Sergei Prokofiev, resultó una serie de tritonos encadenados en la que prácticamente la propuesta es aporrear el piano como en una danza frenética, que lleva al desfallecimiento del ejecutante… tal como la «Danza macabra» (1874), de Camille Saint-Saëns.

Otros casi cien años y llega Alan Parker con «Corazón de Ángel» y la triste historia del todavía joven Mickey Rourke, cuando no le había vendido el alma (y el cuerpo) al diablo.  Y es que no hay como prohibir algo para que nunca nos cansemos de ello, léase sexo… o tritonos.

Imagen de portada: Mickey Rourke en una escena de «Corazón de ángel».

Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!