Por Carlos Ang Lara.
Daban las 19:00 horas del pasado viernes 24 de febrero de 2017, los salones del bar La Muerte Chiquita comenzaban a verse inundados por un amplio flujo de amantes de la cerveza artesanal y la buena música; una noche perfecta para su sexto aniversario.
La existencia de La Muerte Chiquita fue nada mas y nada menos que «un suceso accidental», según nos reveló Julio César Velázquez, cofundador junto a su socio Santiago Armida. En definitiva un «suceso accidental» que bien hubo de lograr atraer a un sinfín de bandas de la escena del rock independiente en la ciudad de Toluca, Estado de México, hasta el punto de convertirse en un lugar emblemático para todos aquéllos que buscan escuchar las nuevas propuestas de un género no muy promovido por los grandes medios.
Sin embargo, de alguna manera no era necesario preguntar la historia del recinto, pues esta se contaba sola a través de las marcas en las sillas y mesas, los vinilos amontonados detrás de la barra, la gran pintura de un par de amantes colgando sobre la chimenea, y sobre todo: por sus paredes cubiertas en madera, que tenían la apariencia de guardar un millón de secretas historias, de euforia, lágrimas, primeros besos y borracheras legendarias.
Si bien aún era temprano y la noche apenas se asomaba, el ambiente festivo ya era latente dentro del edificio, y también en el jardín que lo rodea, el cual entre tintineantes luces colgando de un gran árbol invita a tomar asiento en el césped y dejarse llevar por la excelente música que algunas bandas emergentes estaban por interpretar para una audiencia sedienta de talento nuevo. Y es que es ese el verdadero espíritu de La Muerte Chiquita: enaltecer el arte auténtico, no el de las grandes galerías, no el de ruidosos estadios, ni el de pomposas premiaciones, sino el arte auténtico extraído de la pureza del alma de un individuo cualquiera que sufre, ama, se enfiesta y reflexiona.
Con un elegante retraso, Flash Seasons abrió el escenario con sinfonías electrizantes que pintaron instantáneamente una sonrisa en la cara del público. Con influencias dentro de lo más clásico del indie como lo es MGMT o Foster the People, esta banda integrada por Andrés, Juan Manuel, Alex, Víctor y Mario, cautivó con firmeza a todos sus espectadores, sorprendiéndolos en definitiva con su sonido fresco, valiente y original. Sin temor a mezclar muchos elementos, el conjunto mexiquense presenta una propuesta esperanzadora para todos los amantes de la buena música. Entre sintetizadores flameantes y muy enérgicos riffs, lograron crear una experiencia sensitiva total.
Y no es sólo el caso de Flash Seasons, si no que cada artista que se subió al escenario presentándonos un enfoque diferente de lo que es la belleza en su más puro sentido. Desde un poco de ska, hasta un impresionante número de percusiones, era imposible no extasiarse con las vibraciones creativas que resonaban por todo el lugar. Demostrando a todos de una vez y por todas, que la autenticidad abunda entre la juventud mexicana.
Es posiblemente la anterior aseveración la que encarna el sueño que embarcó a Julio y a Santiago en esta travesía a la que llamamos La Muerte Chiquita, una travesía que ha rendido grandes frutos por mantenerse fiel a los ideales que llevaron a su existencia en primera instancia; una travesía que no parece tener fin, y que abiertamente muchos deseamos que jamás lo tenga.
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