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¿Sabes «La La Land»?, donde manda sociedad, el amor es utopía, vaga ilusión

Columnistainvitado
Por Sandyluz
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«And the Oscar goes to: La La Land!». Para sorpresa de todos, «La La Land» no ganó como «Mejor película». Las apariencias engañan. Las historias de amor, como «La La Land», no tienen siempre finales felices, demostrando que el amor y las buenas intenciones no bastan en esta sociedad politizada y materialista. Como maldición, el fatal resultado con el anhelado Oscar, revive lo sucedido con los protagonistas de la cinta: un desencuentro. En este tenor, florece una reflexión realista sobre las relaciones amorosas: la experiencia amorosa es el camino y no la meta.

Hablando de clásicas historias amorosas, me remonto, en esta ocasión, al teatro de Ibsen (padre del teatro moderno) y al teatro de Strindberg, autor sueco de la misma oleada. Poco se les recuerda, cuando son autores que sentaron las bases para muchos dramas actuales. En el caso de Ibsen, se dio a la tarea de retratar muchas de las problemáticas de la gente clasemediera; sus personajes muestran la contradicción y frustración, al estar supeditados a las presiones sociales; uno de sus temas es la enajenación del individuo, quien ofrece una cara al mundo, aunque, en quehacer introspectivo, manifieste miedos y deseos que lo conducen por senderos diferentes. Ibsen, adelantándose a Freud, logra personajes complejos y contradictorios, en la lucha descarnada entre sus «deberes» y «quereres». Por su parte, Strindberg, en un tono más simbólico y oscuro, gusta de retratar personajes al límite; sus personajes entran en conflicto consigo mismos y se muestran neuróticos y hasta violentos; uno de sus temas favoritos es la maldad intrínseca del ser humano, y más específicamente, de la mujer, a quien perfila como un ser capaz de sacar el peor lado del hombre que sucumba a sus encantos; en el juego entre el ser y no ser, Strindberg propone el apetito por la maldad: el ser humano infeliz, frustrado o reprimido tiene alto potencial para causar daño.

Hablando de filmes, apenas vi una adaptación reciente de la obra maestra de Strindberg: «La señorita Julia» (Ullmann, 2014). En su clímax, Miss Julie (interpretada por Jessica Chastain) y John, el criado (interpretado por Colin Farell), tienen tremendo dilema en su relación amor-odio, nada más y nada menos que en la cocina (simbólicamente el fuego del hogar). Ambos se aman desenfrenada y pasionalmente, pero saben que su relación está condenada al fracaso por los obstáculos de su posición social: ella es una distinguida dama, además casada; él es un humilde sirviente, resignado y sin aspiraciones. Una sofocante escena es motivo de suspiros, caricias, gritos, lágrimas; y en general, el estira y afloja de una relación que quisiera concretarse, pero encuentra total imposibilidad, a pesar de poner “sobre la mesa” la cuestión del libre albedrío. Los personajes, envueltos en frustración, tristeza e impotencia, van subiendo de tono, hasta culminar en errática locura.

Por su parte, en «Casa de muñecas», de Ibsen (cuyo título ya ironiza la cosificación e imposibilidad de la mujer dentro del hogar), encontramos, con un lenguaje coloquial, las peripecias de la familia Helmer, quienes logran una posición social más holgada, cuando el marido es nombrado director del banco. Aparentemente, todo marcha armónicamente, luego, nada es lo que parece. Nora, la esposa, tiene que cubrir la mentira que dijo, para obtener de un hombre -que no es su marido- una cantidad considerable de dinero. En discusión: las restricciones sociales. No importa si el comportamiento de Nora es honorable, su «buen nombre» está en entredicho. La mujer abnegada, casi tonta, se siente cada vez más atrapada en los límites del hogar que debiera enorgullecerla; con el aumento de la tensión dramática y a punto de estallar, ella reclama libertad, a pesar del costo social que esto implique.

Entre ambos dramas y la no ganadora del Oscar, «La La Land», subyace similitud temática: la reglas sociales y la idea de éxito, que asimilan los protagonistas (Sebastián y Mía, en el filme), termina asfixiando su amor. Los personajes son puestos al límite y, a pesar de sus promesas e inaugural apasionamiento, la triste realidad arroja que es más importante hacerse de un “buen nombre” y cumplir con la sociedad, que vivir el sueño de estar juntos. Entonces, las parejas son disparejas y alguien tiene que sacrificar; y es ahí donde el ser humano es egoísta e individual, desde Ibsen hasta Chazelle (director de «La La Land» y ganador del Oscar como «Mejor director»). Con tono ablandado, ahora los dramas (sobretodo los hollywoodenses) son más rosas, quizás para suavizar la supremacía del aparato social imperante; empero, el mensaje es el mismo: el ser humano se articula en sociedad, solo o acompañado. Valdría la pena rescatar el tono drástico inaugural de los personajes de dramaturgos de alta talla, como Ibsen y Strindberg, pues entregan personajes complejos y anhelantes de legítima realización personal. Así, «La La Land» no concretó esa presea como mejor filme; del mismo modo, muchos amores agonizan en el recuerdo adolescente o en el tintero. ¿El antagonista? El monstruo restrictivo llamado sociedad.

FUENTES CONSULTADAS:
Chazelle, Damien. «La La Land». Estados Unidos: Black Label Media, 2016.
Ibsen, Henrik. «Casa de muñecas». México: Éxodo, 2006.
Ullmann, Liv. «Miss Julie». Francia: Maipo Film and The Apocalypse Films Company, 2014.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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