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En la vida de Dostoievski, las «Memorias de una casa muerta»

Columnistainvitado
Por Sandyluz
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Carl Jung dijo: «confrontar a alguien con su propia sombra es mostrarle su propia luz», tal vez apelando a vidas tormentosas que sirvieron de inspiración, para las grandes obras de la literatura mundial. Una vida insulsa o plenamente feliz quizás no generaría el conflicto, o la trama vertiginosa. Fedor Dostoievski, autor ruso mundialmente conocido, tuvo una vida tan ondulante como intensa; en esta ocasión, he de servirme de sus renglones torcidos, para mostrar cómo el ser humano en conflicto busca, no sólo contar su historia, sino también proyectarse en sus personajes, para comprender y subsanar la relación que tiene consigo mismo.

Entre los eventos cruciales de la biografía de Dostoievski destaca el despótico trato de su padre, quien lo apartó de su madre, para internarlo en una escuela de ingenieros. Aunado a su persistente epilepsia, el anhelo de escribir. Realizó la traducción de «Eugenia Grandet», del autor francés Balzac, trabajo que marcó el inicio de su vocación literaria. La vida política y las restricciones en su país siempre permearon su quehacer literario: enfrentó la prohibición de publicar cualquier texto y de residir en Moscú o en San Petersburgo. Estuvo acusado de crímenes contra el Estado, y, en 1849, fue condenado a muerte por el gobierno del zar Nicolás I, pues se sentía atraído por el socialismo utópico de Charles Fourier y se reunía con un grupo de intelectuales, para criticar textos de la política zarista y de la sociedad rusa. A punto de ser ejecutado, ya frente al pelotón de fusilamiento, recibió el perdón del zar y fue enviado a realizar trabajos forzados en la cárcel de Omsk, Siberia. «Memorias de la casa muerta» es una recopilación de las experiencias ahí vividas, por lo tanto es una novela tan humana como viva. Esta obra sale a la luz en 1861 y 1862, en la revista «Tiempo», fundada por Fedor y su hermano Mijaíl; ya luego vendría «El jugador» y, nada más y nada menos que «Crimen y castigo».

«Memorias de la casa muerta» es una novela, en gran medida, autobiográfica; relata el primer año de confinamiento en prisión de un noble, Aleksandr Petróvich, quien es llevado a Siberia por asesinar a su esposa durante su primer año de matrimonio. Se cuenta con un narrador metadiegético, pues inaugura la novela la voz narrativa de un hombre, vecino del protagonista, quien se interesa por su retraída personalidad y se da a la tarea de recuperar sus memorias e indagar en su intrigante historia, una vez que éste muere. Ya luego, emergen las vivencias del manuscrito, de la misma voz del personaje, Aleksandr Petróvich, quien desde luego narra en primera persona (“yo”), llenando de veracidad el relato cronicado, el cual cobra vida con el acontecer de las rutinas en prisión, pero sobretodo, con la forma de ser de los prisioneros (peculiaridad en el estilo de Fedor Dostoievski).

El personaje se ve ante el reto de volver a vivir de nuevo, pues no todo es aguantar la condena y el aislamiento, sino empatizar con la hostilidad de sus compañeros, quienes lo excluyen, aun cuando éste ha perdido el título nobiliario y sus derechos. La crudeza del contexto siberiano comulga con las rutinas atroces y el deterioro, tanto físico como espiritual, que sufre un ser humano cualquiera, ahora considerado delincuente. En cuanto al tratamiento del tema, Dostoievski enfatiza en darle realismo y veracidad testimonial a su relato, pero sobretodo, en acentuar la idea de que, en prisión, el ser humano deja de ser persona, para convertirse exclusivamente en criminal. En el desarrollo de la novela, los lectores se encuentran, más allá de la sombra, con las aristas ocultas, detrás de la fachada de varios reclusos. Los confinados a prisión de Dostoievski carecen de libertad de expresión y de acción –al portar como emblema sus cadenas–; no hay derecho a pertenencias, y, en la misma voz del protagonista: «la única libertad para el hombre encarcelado está en los libros”».

«Memorias de la casa muerta» muestra tempranamente indicios de la tenacidad que exhibe el autor para desarrollar la psicología de sus personajes. Finalmente, sus mismas relaciones personales tortuosas sirvieron de inspiración. Por ejemplo, la relación extramarital que sostuvo con Apollinaria Suslova, quien con su actitud despreciativa, inclinó a Dostoievski hacia la construcción de personajes atormentados; algunos destinados al fracaso por su apasionamiento y testaturez (como en «El jugador»); otros, proclives a la humillación, como forma de purificación y mecanismo de defensa, en una sociedad restrictiva y controladora. Cumplir la condena señalada o escapar heroicamente de prisión o morir por los castigos propinados por la autoridad son, para Dostoievski, diferentes destinos de la personalidad desgarrada dentro del sistema social autoritario. Sus personajes son un entramado de secretos e ideas ulteriores; muestran la resignación, apatía o degradación, de quien se va diluyendo en el sistema.

Así, «Memorias de la casa muerta» revela consistentemente el gusto del autor por «lo eslavo», muy por encima de «lo europeo», pero sobretodo, un gusto por la minucia, la particularidad y la crudeza, que reside dentro de cada ser humano. Dostoievski hace respirar a sus personajes, y con ello, quizás emerge su propio ser humano complejo y dubitativo. Cerrando con Carl Jung (como empecé), y, aludiendo a la personalidad de todo ser humano: «lo no reconocido, lo encontraremos como destino».

Fuente: Dostoievski, Fedor. «Memorias de la casa muerta». México: Editores Mexicanos Unidos, 2015.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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