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«París puede esperar», o cómo reencontrarse con el amor

Por Ulrich Fuentes.

«París puede esperar» es una ópera prima de ficción importante de resaltar, y no tanto por la película en si misma, que básicamente es un road movie romántico muy evocativo, sino porque la dirige Eleanor Coppola, esposa del mítico director Francis Ford Coppola, madre de Roman y Sofia Coppola, una familia de creadores y productores cinematográficos de la cual no es necesario hablar ya que conocemos sus obras e historia.

Pero en el caso específico de Eleanor es importante resaltar el valor de que a sus casi 82 años se atreviera a escribir y dirigir su primera obra de ficción, no como primera obra cinematográfica, ya que siempre ha esta inmersa en el séptimo arte por conclusiones obvias y desde los 90 ha creado diversos documentales como directora; por lo que no le hacía falta experiencia para realizar su primer filme, el cual estrenó este año en el Festival de Cine de Toronto.

La película narra la historia de Anne (Diane Lane), una mujer madura que está casada desde hace tiempo con Michael Lockwood (Alec Baldwin), un famoso productor hollywoodense quien pasa su vida concentrado en el trabajo que los rodajes exigen, concentrando poca atención a su matrimonio. Desde el inicio notamos el enfado de Anne, quien, a pesar de los lujos, en su expresión se nota que algo le hace falta.

El viaje comienza en el Festival de Cine de Cannes, un buen comienzo para alguien que conoce de la A a la Z el mundo del cine como Eleanor. Al terminar el festival Michael va de viaje a Budapest y Anne por un dolor de oídos persistente prefiere no tomar el vuelo con su esposo y prefiere emprender un viaje por carretera con uno de los socios de su marido, Jacques Clement (Arnaud Viard), a quien Michael le encarga llevar a Anne a parís para ahí encontrarse. En el camino Jacques le muestra un recorrido gastronómico y vinícola exquisito a Anne, la cual es una fotógrafa frustrada y poco o nulamente apoyada por su marido, pero sin duda halagada por Jacques para que continúe con su pasión. Este viaje retrasado en su llegada a París, producto de los hermosos parajes gastronómicos y arquitectónicos, sume a ambos personajes un recorrido íntimo, que permite el nacimiento de una atracción inminente.

Sin duda alguna es una película que nos muestra una cara de Francia, poco conocida, mostrando muy poco París y en ningún momento la ya sobre explotada Torre Eiffel. Mas bien nos muestra otros paisajes hermosos como Lyon y Vézelay. Visualmente es amable, simple y con una estética admirable. Todos y cada uno de los platillos mostrados se ven deliciosos, por lo que después de ver la película mueres de ganas por conocer París. La historia, aunque entra en clichés muy básicos, es bonita, una historia de un amor entre personas maduras que surge de una inesperada aventura por este bello país. Aunque no es una película sumamente trascendente en cuanto a el pensamiento y la filosofía humana, es una película que nuevamente nos hace creer en el amor y en cómo las pasiones por las artes, los viajes, la comida y el vino pueden ayudar a que este surja nuevamente, regresándoles vida y un aire nuevo.

 

«París puede esperar» es una película que se disfruta, que si bien, no te deja pensando en el futuro de la humanidad o la trascendencia profunda del amor, al menos te deja pensando: «¡Tengo que ir a Francia!»

«París puede esperar» llega hoy jueves 3 de agosto a cines nacionales cortesía de Gussi Cinema.

 

 

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