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La justicia por propia mano

Por Daniel Higa Alquicira.

Pocos creen y confían en las instituciones, la mayoría se sienten amenazados por los hechos delictivos, y ninguna estrategia ha podido combatir a los criminales ni mucho menos cambiar esta percepción de que parece una lucha perdida para la sociedad el tratar de conseguir justicia y protección a través de los caminos legales.

¿Qué ha provocado esto? La aparición de “justicieros” anónimos que ante el acecho de los criminales, son capaces de sacar un arma, dispararles y evitar así un asalto o un robo con violencia por un teléfono celular o unos cuantos pesos.

Recientemente ha circulado por redes sociales un video en donde dos presuntos asaltantes agonizan tras intentar robar a pasajeros de una unidad de transporte público en el municipio de Tlalnepantla, en el Estado de México.

Según los reportes de los hechos, dos sujetos subieron a esta unidad –al menos uno de ellos iba armado–, intentaron asaltar a los pasajeros y un “justiciero” se levantó de su asiento, disparó contra los asaltantes y los mató en el lugar para huir sin que nadie supiera su identidad.

En el video se puede ver a los asaltantes tirados en el piso del camión, agonizando. Imágenes muy duras que marcan el desgaste social que ha generado tanta violencia e inseguridad.

Pero este no es el primer caso, ya han sucedido varios parecidos en Ciudad de México, como los famosos “justicieros” de la Marquesa o el del restaurante de la Colonia del Valle, quienes han actuado de manera similar ante los delincuentes.

Y para muchos, estos casos son asesinatos que se deberían de castigar; pero para otros, es una muestra de valentía que deben asumir los ciudadanos para defenderse y defender su patrimonio, su integridad física y hasta su familia.

En el fondo es una muestra de la descomposición institucional que no ha podido responder a las exigencias y necesidades de la sociedad en materia de seguridad y justicia.

Corrupción, manejo discrecional de la ley, ministerios públicos y jueces que actúan con impunidad y que se aprovechan de las víctimas; además de todos estos males, que parecen endémicos de la justicia mexicana, hay que sumarle un Nuevo Sistema Penal que ha confundido a todo el entorno.

No se trata de hacer una apología de la violencia, pero tampoco es un problema que actúe de manera individual, sino que se ha ido generando en un ambiente propicio para prosperar, en donde si bien los cuerpos policiacos combaten en las calles a los criminales, los delincuentes han hecho del sistema jurídico su mejor aliado para recibir –en el mejor de los casos– penas menores por delitos que atemoriza a la sociedad.

El escenario se complica aún más, ya que colonias enteras en ciertas zonas de Ciudad de México están dispuestas a organizarse y literalmente linchar a los ladrones, secuestradores, extorsionadores y violadores que ronden por sus calles.

Es decir, en plena era de la digitalización y de modernidad tecnológica, los sistemas institucionales para combatir la delincuencia siguen fallando, llevando a la sociedad a utilizar mecanismos que moralmente son hasta cierto punto primitivos, como el hecho de hacer justicia por propia mano.

Más allá de las fallas en las instituciones, que son graves por sí mismas, ahora la sociedad se enfrenta a este dilema moral de qué es lo más recomendable: ¿actuar de forma «civilizada» y dejar todo en manos de las autoridades, o apoyar a estos «justcieros» y reproducir sus acciones?

Foto: Peretz Partensky.

 

 

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