Por Sandyluz.
El pasado 27 de octubre de 2017 se estrenó en Netflix la segunda temporada de «Stranger Things», incrementando su ya consolidada popularidad. En esta ocasión, la saga entregó al público 9 capítulos, donde, nuevamente el grupo de amigos de Hawkins Indiana, se enfrentan cara-cara con las entidades provenientes de un tétrico universo paralelo.
La trama es simple: los seres extraterrestres encontraron el modo de colarse a la superficie terrestre, donde ahora sí presuponen una real amenaza, dejando de ser el simple delirio de un niño postrado en cama –me refiero a Will, hijo de Joyce Byers (Winona Ryder), quien tiene una sensibilidad particular para percibir a las criaturas–. El grupo de amigos tiene algunas pistas para detenerlos: los extraños dibujos hechos por Will y la nueva mascota de Justin, una de las monstruosas criaturas. En paralelo, reaparece el personaje de la niña con habilidades psicocinéticas: Eleven, quien vive la crisis de un forzado encierro; mientras lucha por reencontrarse con sus amigos; mientras intenta averiguar su pasado.
En esta segunda temporada, se hace hincapié en el trabajo de equipo que hacen los consolidados cómplices y amigos, quienes reciben el apoyo de los tres adolescentes, presentados en la primera temporada: Nancy, Jonathan y Steve; asimismo, son apoyados por tres adultos, muy valiosos en la parte climática de la temporada: Joyce (madre de Will), Bob (novio de Joyce) y Jim Hopper (jefe del departamento de policía de Hawkins). Aparece un personaje nuevo, la chica pelirroja Max, quien introduce la intriga del posible triángulo amoroso: Eleven(Jane)-Mike-Max. También vemos personajes redondos, más complejos y con un pie dentro de la adolescencia, especialmente Eleven, quien muestra la complejidad de una chica sin antecedentes, ni núcleo familiar. Si bien en la primera temporada se abordaron más los problemas amorosos típicos de los adolescentes (los hermanos mayores), en esta temporada se hizo mayor hincapié en mostrar a los preadolescentes con sus camaraderías, rebeldías y ansias de incursionar en asuntos mucho más adultos.
La fortaleza de la serie sigue siendo la consolidada atmósfera misteriosa, donde aparecen elementos que nos transportan a esas historias gore y de ciencia ficción de los 80, antes de que el internet y la telefonía celular pusieran distancia en los círculos de amigos que se reunían en una casa, o en el parque del barrio. Convergen, simultáneamente, las nostalgias del ambiente escolar y los paseos en bicicleta por las tardes, junto con el pasadizo secreto y oscuro que conduce al inframundo, de donde provienen los monstruos. La música, la ambientación, el vestuario y mobiliario contribuyen a proponer una historia tanto de aventuras, como de remembranzas del grupo de amigos de la adolescencia. Lo más sólido de esta serie (también en la segunda temporada) es el desarrollo de personajes tridimensionales, comunes y corrientes, inmersos en su mundo e intereses, donde afloran sus grietas y tropiezos, producto de la inexperiencia y de las vicisitudes cotidianas.
¿Debilidad de la temporada? Querer abarcar tanto en nueve episodios. Resuelven muy abruptamente cómo reenviar a los monstruos a su universo paralelo. Desde el punto de vista narrativo, la temporada comienza bien, desarrollando con mucha holgura cómo se encuentran física y psicológicamente cada uno de los personajes, pero entonces, cuando se halla el portal por donde penetrarán masivamente las criaturas, el espectador siente que tal es una tarea casi imposible para el grupo de aliados. Las criaturas son muy superiores, en fuerza y número, como para que, en un solo episodio, los poderes mentales de Eleven los mantengan “a raya”. Quizás no pasaba nada si la segunda temporada no terminaba enviando a las criaturas de vuelta a su lugar, sino apenas cuando éstas atacan; mera ocurrencia.
El apresurar los eventos generó que sintiéramos muy breve y superfluo el reencuentro y estancia de Eleven con su pasado; especialmente me refiero al contacto con “su hermana” (Linnea Berthelsen), otra niña con poderes especiales y abusada “en nombre de la ciencia”. También, trazaron minuciosamente el personaje de Bob, novio de Joyce (Sean Astin), quien es pieza clave para hallar la guarida de los monstruos y para apoyar a Will con el tema de sus pesadillas nocturnas, para luego eliminarlo bruscamente, intentando evitar el cliché de un reencuentro feliz. Sinceramente el personaje daba para mucho más y pudieron resolver habilidosamente su escape y posterior agonía. Así, los realizadores de la serie no equilibraron, dándonos un clímax atropellado y violento y un desenlace demasiado prolongado y meloso: el asunto del baile, que muestra los albores y suspicacias del romántico mundo adolescente. (Como dato curioso, mucho antes de morir, Bob le relata a Will la constante pesadilla que tenía con un supuesto payaso –directa alusión al payaso Pennywise de “It”– y cómo logró encararlo y vencerlo).
En términos generales, la segunda temporada de «Stranger Things» es muy rica en suspenso y desarrollo de personajes, pero, desde mi óptica, su estructura narrativa poco balanceada, nos hizo vivir atropelladamente los últimos eventos, con tal de terminar en los dichosos 9 episodios. En fin, ¿será verdad que “de lo bueno poco”? Ahora deberemos esperar más de seis meses para descubrir cómo es que los monstruos emergerán nuevamente a la superficie, a pesar de los súper poderes de Eleven.
Fuente consultada:
Duffer Matt y Ross Duffer. «Stranger things. Season 2». E.E.U.U: 21 Laps Entertainment y Monkey Massacre, 2017.
Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…
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