Por Sandyluz.
¿Han visto el filme «Un monstruo viene a verme»? Quizás como yo, tuvieron a bien encontrarse con esa peli, para luego intrigarse e ir a la novela. Sí, es un best seller, por lo tanto, tiene una calidad intrínseca estandarizada y al gusto de los grandes públicos. Sin embargo, en esta ocasión, quisiera hacerle justicia a una novela que, más allá de ser un libro para niños, es una ficción introspectiva que nos conecta con nuestro niño interior y con emociones muy hondas, que tal vez quedaron sin sanar desde la infancia.
Cabe decir que, en este libro, Patrick Ness hace una labor estupenda para completar el trabajo de Siohan Dowd, quien falleció antes de poder dejar finalizada su obra. Ness logró conectar armónicamente con el protagonista del relato, Connor, quien debía tener la congruencia de un adolescente común y corriente, pero ser además introvertido y atormentado, por todo lo que hay detrás de su historia familiar. Recordar que las novelas existen y cobran vida, gracias a la biografía de su personaje. Luego, si el personaje flaqueaba, toda la novela caería por la borda. Bien describe J. A. Bayona, director encargado de llevar esta historia a la pantalla grande, y escritor del prólogo de la novela: “la fantasía no sólo explica mejor nuestra realidad, sino que es la mejor forma de articular la verdad”. Con ello, desde el prólogo, ya podemos suponer que la novela propone ciertas capas temáticas ulteriores, jamás halladas en un relato simplista y meramente aspectado para un público infantil.
La trama no es cosa del otro mundo: un chico adolescente vive únicamente con su madre, una enferma terminal de cáncer, situación que lo hace blanco fácil para abusos, compasiones denigrantes y chismorreos. En el proceso de asimilación de la inminente pérdida, Connor tiene que viajar hacia dentro de sí mismo, para confrontar sus pesadillas, y con ello, sus terrores más profundos.
«Un monstruo viene a verme» es un drama que, además de estar estructuralmente bien resuelto, muestra la cara más inesperada del proceso de asimilar el fallecimiento de un pilar emocional tan grande, como puede ser una madre. El hurgar en los pasajes de pesadilla de Connor, el chico protagonista, permite que la trama, más allá de tomar tintes surrealistas, devele metarrelatos y símbolos, que atañen al quehacer psicológico de un lector curioso, quien, a la par del chico protagonista, pone en marcha la exploración de sus filias y fobias más profundas.
Todos tenemos una historia que contar. El asunto es que, como diría Carl Gustav Jung, tejemos varias capas entre el acontecer y la memoria. Luego, la personalidad realmente se constituye por una faz de luz (consciente) y otra de sombra (inconsciente). Así, la mejor manera de sanar el alma es confrontar a ese monstruo que se alberga, en la cueva más profunda de nuestros terrores individuales, para así hacerlo consciente y lograr narrar nuestra historia completa. “Las historias son criaturas salvajes. Cuando las sueltas, ¿quién sabe qué desastres puedan causar? (Ness, 2017: p. 10).
Esta novela, con fachada de historia infantil, entrega un drama intenso, donde los personajes tienen una complejidad tan legítima, que por momentos olvidamos que no son más que personajes. Realmente Connor, el chico rebelde y molesto con el mundo, desenvuelve una de las psicologías de personaje más bien lograda que he visto en un personaje de su edad: visceral y ácido, pero a la vez vulnerable y amoroso. Los personajes secundarios a su alrededor (madre, abuela, padre y compañeros de escuela) no saben qué ases esconde debajo de la manga, lo cual hace impredecible y vertiginosa la trama.
La fórmula de esta singular novela consiste en incluir un narrador metadiégetico, es decir, dentro de la narración principal (la historia de Connor), hay otros micro relatos, a cargo del monstruo de Connor, un árbol, quien obsequia a Connor tres fábulas interesantes, con un desconcertante desenlace y con una moraleja imprevista, cosa que irrita, pero alecciona a un Connor impaciente, y a un lector acostumbrado al sitio común. La cuarta “historia dentro de la historia” es relatada por el mismo Connor, quien en el momento climático de la novela, debe hacer intersectar sus intrincados temores, con su realidad; sus ficciones ulteriores, guardadas en el inconsciente, con la cruda resignación, que conlleva lo que se ha negado a aceptar: los finales nunca son fáciles y su familia ideal se desquebraja, porque, en la vida real, los monstruos sí existen y todo lo imprevisto pueden pasar. Sin embargo, “no hay mal que por bien no venga”; de modo que el protagonista sale fortalecido y en armonía consigo mismo, luego de enfrentarse con su monstruo, luego de enfrentarse consigo mismo.
Así, «Un monstruo vino a verme» revela la importancia del diálogo introspectivo, donde residen criaturas y terrores nocturnos, que tan sólo son pistas simbólicas para ilustrarnos y hacernos plausible lo que no logramos ver y comprender de otra manera. Esta novela deja al lector como enseñanza que nuestra historia no deja de construirse, hasta que cesemos de respirar; también, devela que todas las respuestas, todas las piezas del intrincado rompecabezas, que es nuestra persona, se encuentran allí adentro, donde aguarda nuestro propio monstruo, esperando tener una desahogada charla con nosotros mismos.
Fuente: Ness, Patrick. (Trad. Carlos Jiménez Arribas). «Un monstruo viene a verme». México: Penguin Random House, Grupo Editorial, 2017.
Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…
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