Por Sandyluz.
“Canastitas en serie” es uno de los cuentos de Bruno Traven, incluido en su antología: «Canasta de cuentos mexicanos». Éste es el cuento inaugural del libro, y se presenta como premisa básica del discurso de este autor alemán, quien experimentó un México en transición hacia la modernidad, un México donde la Revolución Mexicana trazó sueños de grandeza y dejó una vena abierta, en el sentir de muchos mexicanos, quienes realmente pensaron que la revolución nos catapultaría hacia un desarrollo uniforme, no elitista. Traven narra sus vivencias en México, de manera coloquial y casi charlada, para comprender el suelo y la gente, que le dio asilo por tantos años. Traven aporta la óptica y asombro del extranjero, que pisa tierras mexicanas, y que no sabe muy bien cómo lidiar con la idiosincrasia del mexicano rural o urbano.
En “Canastitas en serie” nos encontramos con el narrador intradiegético protagonista, quien es un extranjero, un estadounidense; en su andar por un pueblo chiapaneco, se encuentra con un laborioso indio, justo cuando éste se ocupa de una de “sus chambas”: la elaboración de la artesanía familiar. El indio se halla, afuera de su choza, concentrado en tejer canastitas de bejuco y otras fibras, mismas que deberá llevar a vender al mercado, para así completar el dinero de su sustento; además de ello, el indio se dedica a cultivar una milpa, poniendo en evidencia las múltiples peripecias que hace un mexicano promedio, para sacar adelante a su familia, en un México próspero, ¡claro!, ¡siempre en vías de desarrollo!
Al extranjero se le ocurre hacerle un pedido monumental de canastitas, pensando en que el tejedor de canastas puede ser el proveedor de un producto cotizado en los Estados Unidos. El narrador, con su ideología imperialista, se pone a hacer las cuentas, para especular cuánto podría ganar, si el indio le vende las canastitas a un precio de mayoreo. En el punto culminante del cuento, el desconcierto del gringo lo pone en su punto de quiebre, cuando el indio, desde su razonamiento de artesano, le argumenta que le es imposible surtir tal pedido de canastas; además, entre más canastitas tenga que elaborar, más caras costarían, pues las materias primas escasearían, aunado a que él tendría que avocarse por completo a tejer, dejando por un lado sus otras labores. El narrador estadounidense sencillamente no comprende el punto de vista del indio y se frustra por completo, dejando en claro que el mexicano tiene una ideología bastante picante y sui géneris.
Al margen de lo narrado en el cuento, subyace el tema y punto de vista del autor, en relación con los mexicanos, sí, esos paisanos animosos, pero con pocas luces, desde una óptica capitalista. Ciertamente, en este cuento no se promueve una imagen peyorativa del indígena, sino todo lo contrario: el tejedor de canastas simplemente tiene otra concepción del tiempo y de sus prioridades, en comparación con el extranjero. Al indio se le retrata como un hombre humilde, sensible, artesano y noble, el cual no es en lo absoluto seducido por las suntuosidades del mundo del dinero; también, se le muestra como alguien que todavía sabe coexistir con la naturaleza; alguien, quien, respetuosamente, toma suministros del entorno, sin declararse supremo dominador del territorio, lo cual genera la reflexión en el lector, en torno a los delirios de grandeza, inherentes a todo europeo colonizador.
Algo que deja en claro este cuento, es que, aun cuando seamos el mismo ejemplar de homo sapiens, saltan las diferencias de credo y valores, entre el hombre blanco y el hombre indígena. Ninguno de las dos posturas es errónea; simplemente, a veces no se halla un espacio de convergencia, y por eso decimos que “el mexicano se cuece aparte”. El cuento de Traven revela que lo esencial para el mexicano va más allá de lo material y económico; tiene cimiento firme, en lo místico, religioso y familiar. Las bases que tenemos, como pueblo mestizo, nos llevan a sentir arraigo por la contemplación, la magia, la flora, la fauna, el cosmos y otras cuestiones ultraterrenas, a diferencia del hombre blanco promedio, quien se fincó, a partir de las conquistas territoriales, acumuladas generacionalmente, las cuales lo nutrieron de una visión más pragmática y materialista.
“Canastitas en serie” es un cuento dignificante, para los mexicanos que conocemos la belleza de nuestro paisaje, de nuestros monumentos históricos y de nuestra culinaria. Traven retrata, a través de sus personajes, la línea divisoria entre sus dos personajes, el güero y el indio, quienes tienen visión harto contrastante: uno se vierte y nutre hacia fuera y el otro hacia adentro; esto es halagador, si reflexionamos en el carácter poético, sabio e inocente del indio, plasmado en los cuentos de Traven, en relación con el carácter materialista, banal y oportunista del extranjero narrador.
México es un país de quimeras, no solamente artesanales, sino antropológicas: en este vasto territorio se conciben los personajes más bizarros del mundo. Así, post lectura de Bruno Traven, creo que las palabras que mejor nos abrevian, a nosotros mexicanos, son: mestizaje y diversidad. El mexicano siempre anda, con un pie en su pasado histórico y místico, y con otro pie en sus predicciones y sueños de un futuro próspero, el cual no comprometa su abigarrada personalidad.
Fuente consultada: Traven, Bruno. «Canasta de cuentos mexicanos». México: Selector, 2014.
Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…
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