«El atentado del siglo: Utøya»: dura, contundente, espeluznante…

Por Asfaltos.

Disfrazado de policía, después de pedirle a un grupo de jóvenes que acampaban que se acercaran a él, Anders Behring Breivik comenzó una pesadilla en la isla de Utøya, Noruega, misma que duró aproximadamente 72 minutos. 77 muertos, 99 heridos con gravedad y más de 300 chicos con secuelas psicológicas importantes, fue lo que provocó un asesino solitario que cuando en juicio fue cuestionado por sus actos afirmó: «Sí, volvería a hacerlo». Esa es la premisa de «El atentado del siglo: Utøya», una película dura, contundente, espeluznante…

Si ya de por sí conocer la historia a lo lejos, desde México, resultaba algo tremendamente terrible; hacerlo ahora desde el punto de vista de una joven llamada Kaja, es absolutamente más aterrador. Con mucho cuidado, involucrándonos en la intimidad de quienes vieron sus vidas perturbadas para siempre, el realizador noruego Erik Poppe nos regala una película que se puede abordar desde distintos puntos de vista.

Filmada de entrada como si fuera un documental, haciéndonos parte de una realidad que como se advierte al final de la película se extiende con mayor peligrosidad en el continente europeo, «El atentado del siglo: Utøya» nos presenta la historia de Kaja (Andrea Berntzen), una chica noruega que se encuentra a pocas horas de haberse enterado de un atentado en la capital de su país, Oslo. Una explosión había dejado a muchos heridos en la ciudad, y del mismo modo, por lo menos, a una Kaja un tanto sacudida por la noticia. Viéndonos directamente a la cámara, en una secuencia que es muy bien ejecutada por el director, es ella misma quien nos advierte que no creeremos lo que estamos a punto de observar.

Junto a su hermana, con quien vemos Kaja tiene por lo pronto una relación un tanto áspera, la joven es sorprendida junto a cientos más por una serie de detonaciones que les ponen en alerta. Algunos, a manera de broma y sin duda con mucha sorpresa, no toman en serio el asunto hasta que otros chicos corren hacia ellos. Refugiados en una cabaña que sirve como reposo, el infierno para los campistas apenas ha comenzado. Con cámara en hombre, filmando lo que es precisamente una secuencia de guerra, Erik Poppe nos hace cómplices de la desesperación de los protagonistas.

Aquí no hay pirotecnia, no hay inclusive ninguna imagen del asesino; no, aquí hay mucha desesperación que con ayuda de distintos elementos cinematográficos muy bien empleados, el realizador noruego nos transmite para hacernos parte de esta muy horripilante pesadilla. Si los chicos se tiran al piso para evitar los disparos, nos tiramos con ellos; si los chicos huyen esperando no encontrarse con el genocida, huímos con ellos. Siempre en primera persona, volviéndonos literalmente uno de esos chicos, compartimos en todo momento la tensión y el suspenso.

El sonido es un elemento vital en la película, pues los muchachos al resguardarse para salvar sus vidas, recurren de manera muy importante al aspecto sonoro. Ubicar el sitio y el espacio donde suceden los disparos, nos hace parte de la angustia. Por momentos hay paz, pero sin música invasiva que innecesariamente suba la tensión: cuando hay disparos no hay mas que desesperación. El suspenso se encuentra en todo momento, y no, no serán los únicos que no dejen de ver sus relojes para ver cuánto falta de la pesadilla. ¿Estropeo? La tensión dura sí, 72 minutos.

La labor Andrea Berntzen como la joven Kaja, así como la de todos los demás actores que conforman el joven elenco de la película, nos ayuda a involucrarnos aún más en el horror vivido ese 22 de julio de 2011. La película no les soltará en un solo instante, entregándonos hacia el final una sensación de zozobra y de perplejidad. Pensar que los hechos presentados sí sucedieron -pues hay que añadir la tremenda fidelidad de lo ocurrido, de acuerdo a las crónicas que posteriormente se dieron a conocer-, resulta quizá lo más perturbador de la película.

 

«El atentado del siglo: Utøya» estrena en cines mañana viernes 1 de marzo. ¿Imperdible? Sí, y necesaria también.