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Por Aranzazú Martínez Galeana.
Ubicada en la capital del país, La Merced lamentablemente se ubica en el primer lugar de trata de personas no únicamente en México sino en América Latina, según el “Segundo Informe en Respeto a los Derechos Humanos en Trata de Personas con fines de explotación sexual en el Distrito Federal”. Más allá del grave problema que significa esta actividad ilícita, lo alarmante, si es que puede haber algo más denigrante que lucrar con la vida y dignidad de miles, es que este mal sigue victimizando a los sectores más vulnerables de la sociedad mexicana como son las mujeres y los niños; peor aún, la incapacidad gubernamental ha potencializado esta forma de esclavitud en algo inmanejable al ser una de tantas células bajo las cuales opera el crimen organizado en nuestro país. Sumado a lo anterior, en México el síndrome del país del no pasa nada se ha vuelto una mentira que al repetirse tantas veces se ha vuelto un credo que se sigue y replica.
De acuerdo con las cifras presentadas por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, la explotación sexual se concentra en un 80% en las mujeres, donde un 50% de éstas son menores de edad. Aunadas a estas cifras se añaden unas que lejos de ser pesimistas son sumamente atractivas y teñidas de verde para los proxenetas y demás criminales -53 mil dólares al año se llevan aproximadamente por persona-. A fin de cuentas, mientras el negocio deje, ¿por qué se tendría que eliminar? Después del narcotráfico, la trata de personas ocupa el segundo lugar a nivel mundial siendo una clara muestra de que mientras una actividad genere dividendos sumamente generosos para unos cuantos a costa de la desgracia en la que viven miles, las leyes, instituciones y demás se pueden ir a volar claro con las personas incluidas; pero siendo honestos, ¿realmente importa?
En el momento en que la víctima vuelve a ser re victimizada por un sistema legal ineficiente que opta por defender a quien le ofrece más dinero; donde los consumidores no son castigados; donde no existen mecanismos de prevención, protección y reintegración de las víctimas a la sociedad; donde no hay una sociedad que alce la voz ante la injustica pero sí ante un gol; en un país sumergido en la ya aceptada debilidad institucional permeada de corrupción, arreglos bajo el agua y con una moral tan distraída que olvida que el ser humano debe ser en sí mismo un fin y no un medio como proclamara Kant, no hay más que una respuesta obvia. México, según informes de Naciones Unidas, compite ya con Tailandia para conseguir el primer lugar en turismo sexual de niños, niñas y adolescentes y vaya que se está esforzando por conseguirlo.
Llámese La Merced, Buenavista, Sullivan, Calzada de Tlalpan, Insurgentes, el nombre deja de importar cuando las historias se siguen repitiendo a gritos y los mismos de siempre son obligados a callar; deja de importar cuando los victimarios se burlan de la justicia y las víctimas mendigan por un poco de ella; deja de importar cuando el ser humano es una mercancía más en un mundo donde todo se compra y todo se vende, incluso lo que no tendría por qué serlo.
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