Las despedidas siempre son tristes, sobre todo, cuando nos despedimos de gente que queremos. No hay adiós que sea ajeno al dolor y ese fue el caso del adiós que acabamos de darle a Chavela Vargas. Su nombre sonará en diversos espacios, recordándola como la que fue, con su voz y su música grabándose en cada rincón de nuestra memoria. Chavela Vargas no murió, Chavela Vargas trascendió…
Isabel Vargas Lizano, mejor conocida como Chavela Vargas, nació en San Joaquín de Flores, Costa Rica, el 17 de abril de 1919. Tica por nacimiento pero mexicana por elección, «La Vargas» fue sin duda una de las mujeres más importantes de nuestro país. Con una infancia infeliz, como la describe en su autobiografía Dos vidas necesito: las verdades de Chavela, esta mujer sin pelos en la lengua ha dejado nuestro mundo para trascender.
Criada en su querida Ahuatepec, donde convivió con chamanes y aprendió a hablar náhuatl (y a decir alguna que otra mala palabra), Chavela Vargas consideró siempre a los indígenas como los únicos seres puros que aún quedan. Destacó en el género musical ranchero que, en aquellos años en los que iniciaba su extensa y exitosa carrera, veía con recelo que una mujer vestida de hombre fuera partícipe. La música la adaptó a su manera dotándola de un enorme sentimiento que sigue estremeciendo.
La vida de Chavela no fue nada sencilla. A su llegada a México desempeñó diversos oficios como el de criada y el de vendedora de ropa; tiempo después sitios como El Blanquita, El Patio y El Otro Refugio serían los primeros espacios que retumbarían con esa voz que al eliminar al mariachi de su música, en palabras de Carlos Monsiváis, «eliminó de las rancheras su carácter de fiesta y mostró al desnudo su profunda desolación«.
Embajadora cultural de México, de entre todos los amigos que hizo a lo largo de su vida (destacando entre varios a Agustín Lara, Pita Amor, Diego Rivera, Juan Rulfo, Pepe Jara y Frida Kahlo), Chavela siempre admiró y quiso mucho a su querido José Alfredo Jiménez; con José muchas veces fue a cantar serenata a las enamoradas de ambos. Las ciudades, quizá el tema que más le gustaba de su querido José Alfredo, deja mudo al que le escucha en su muy particular interpretación.
Después de una larga ausencia tras su retiro a finales de la década de los 70’s, Chavela Vargas regresó de la mano de Manolo Arroyo. Ese redescubrimiento la llevó a España, donde haría buena amistad con Pedro Almodóvar, quien no dejó de despedirse de ella en su último encuentro en España. La flor de mi secreto y Carne trémula son fieles testigos del poder de su música.
Chavela Vargas, la gran mujer que nos dejó su recuerdo y su lucha como inspiración, fue ovacionada y aplaudida en sitios como el Olympia de París, el Palacio de Bellas Artes de México y el Carnegie Hall de Nueva York. Fue distinguida en países como España, Argentina y México. Se dejó seducir por el cine y nos dejó anécdotas y enseñanzas que no deberíamos de olvidar.
¡Hasta siempre Chamana de México! ¡Hasta siempre Chavela Vargas!
Imagen tomada de su canal de facebook.
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