Arcade.

  • Por Erika G. H. Abrego.
    Ilustración María José Flores Lozada.

    Insertó una moneda en el Arcade y saltó sobre el tablero en el piso. Emilio se había volado la última clase para llegar temprano a las maquinitas y asegurar que nadie le robara su máquina de Dance Dance Revolution favorita. Aventó la mochila junto con un suéter arrugado al suelo y esperó a que la lista de canciones apareciera en pantalla. En esa ocasión lo lograría: vencería su récord. Observó la lista con los puntajes más altos con una sonrisa en la boca: ahí, hasta arriba decía “MonsterDDR87”. Es decir, él mismo, Emilio.

    Perfect, perfect, perfect.

    Perfect, perfect, perfect.

    Nadie había logrado aún superarlo, pero él lo lograría y sería hoy. Además del DDR, realmente no pensaba en muchas otras cosas: en las hamburguesas del McDonald’s, en los sábados por la mañana cuando podía estar solo en su casa (sin sus siete hermanos) y en los brackets de Alina. Realmente no sabe muy bien por qué en sus brackets, pero a veces, cuando la ve, se imagina pasando su lengua sobre ellos.

    Se recargó en el barandal de la máquina, mientras su canción iniciaba. Miró alrededor, como siempre a esa hora, el Arcade estaba casi vacío. Le gustaba ser el único ahí, sin el ruido, podía concentrarse. Así, parecía mayor, un hombre de treinta descansando de un día largo en el trabajo.

    Un grito proveniente de la pantalla lo hizo saltar al centro del tablero. Ya no se veía como un hombre, volvía a tener catorce años pero ahora estaba determinado. Sabía que lo iba a lograr. Three, gritó una voz en la pantalla; two, Emilio suspiró y colocó sus brazos abiertos a los lados de su cuerpo; one, go!

    Un segundo después inició la música. Emilio la sabía casi de memoria, saltaba sobre el tablero guiado por su intuición. Sus pies vibran, se mueven: arriba, arriba, abajo, izquierda y derecha. Él sólo seguía el ritmo y las indicaciones en pantalla. No piensa en nada más, bueno, quizá, ocasionalmente en los brackets de Alina, aún así, rinde frutos: perfect, perfect, perfect, le dice la máquina. El resultado deseado por supuesto.

    El final de la canción estaba por llegar. Así, con cuidado y fugazmente se atrevió a mirar su puntaje: 1,876,000. Si lograba terminar tan bien como había iniciado entonces lograría el objetivo, superaría el reto. Pero el final era difícil, él sabía, lo había hecho un millón de veces y fallado otras tantas. Pero hoy, no, hoy lo lograría. Estaba seguro.

    Saltó hacia adelante con ambos pies. Ese era el primer paso del final. Después, el ritmo aumentó la velocidad en la música. Se movía tan rápido que a cualquier espectador le habría resultado difícil seguirlo. El sudor le escurría por la frente y su playera del uniforme estaba empapada. Pero ya casi, un par de pisadas más y lo lograría : un puntaje perfecto en el nivel más difícil de DDR.

    Entonces escuchó una voz:

    -Oye, eres muy bueno.

    Eso fue suficiente para que perdiera su concentración y tropezara. Falló los últimos cinco pasos.

    Observó como el juego le daba una calificación de A+ y le pedía que anotara su nombre justo debajo de MonsterDDR87. No lo hizo. No valía la pena. Gritó de coraje y le dieron ganas de golpear la pantalla de la máquina, pero simplemente bajó dispuesto a golpear al idiota que le había hecho fallar, sin embargo se encontró con Alina, quién sonreía frente a él.

    -¿Vienes mucho, verdad? Casi siempre te vuelas Historia.

    Emilio no podía contestar molesto como estaba, pero tampoco le iba a pegar a Alina.

    -Sí

    -¿Me enseñas a jugar?

    En ese momento, él pensó que debía estar muerto o algo. Alina se acercó y le entregó una moneda de diez pesos.

    -¿Es suficiente para los dos, no?

    Alina sonrió y Emilio tomó la moneda.

    No, definitivamente no estaba muerto.

    Editado por Lino Arroyo.

     

     

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