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Por Chris Moreno.
La cuenca del Valle de México fue una región dotada con cinco lagos encadenados entre sí, Zumpango, San Cristóbal – Xaltocan, Xochimilco, Chalco y Texcoco; así como 14 grandes ríos. Los mexicas fundaron Tenochtitlan en 1325 al centro de la cuenca y parte importante de su fortaleza económica y militar se debió a su insoluble relación con el agua.
A partir del virreinato comenzó la lucha constante contra el agua y la convivencia indígena con el vital líquido, fue sustituida por métodos de contención, almacenamiento, distribución y evacuación. En menos de 500 años la Ciudad de México registró el cambio ambiental más grande de una urbanización, de modo que para los años 40´s del siglo XX la capital había desecado prácticamente todos sus lagos y entubado la mayor parte de los ríos que alimentaban la antigua cuenca.
Para 1942 crecieron los problemas de abastecimiento y se inició la construcción del sistema Lerma, una impresionante obra de ingeniería que proveería agua. Poco después, las necesidades de la gran ciudad obligaron a la explotación de la cuenca del Cutzamala, Michoacán; de donde aún se bombea agua de los 1600 msnm a los 2702 msnm, lo que acarrea un excesivo gasto energético.
Cambiar el cause natural del río Lerma, atravesar sierras completas con acueductos subterráneos y conducir agua grandes distancias, es para muchos, un disparate ecológico y económico. Necesidad o locura, el Sistema Lerma – Cutzamala, que entrega 30% del agua consumida en la ciudad, es considerado una de las obras de ingeniería hidráulica más importantes del mundo.
El fin del gran sistema es Chapultepec, específicamente el El Cárcamo de Dolores, una compleja estructura concebida para recibir y distribuir el agua.
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