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Por Ana Escárcega.
Hemos llegado (¡por fin!) a la recta final de nuestro recorrido por la historia del cine en nuestro bello país. Ya hablamos del inicio de los tiempos y del comienzo de la decadencia, que en realidad no fue nada, nada malo.
Recordemos que en la entrega anterior conocimos el cine experimental que se hizo en México en la época del cine de oro, pues bien, hoy nos asomaremos a la locura cinematográfica de los años 70 y 80; es una locura, he de decir, no de la buena.
A finales de los 50 y principios de los 60, una vez fallecido el ídolo del pueblo, el guapo Pedro Infante, se sumó a todo esto una época de desengaños en el país; había (como siempre) crisis financiera, pero más que esto, la revolución feminista y la ligereza de la época hippie estaba en su apogeo en casi todo el mundo; nuestro país no fue la excepción.
El cine, como reflejo de la sociedad, no tardó en mostrar aquello que era tan opuesto a lo que se conocía: las buenas costumbres, los vestidos largos, la mala fama que traía a una mujer bailar con un desconocido, etc.
Llegaron los 60 y con ello las faldas cortas, las mujeres libres que fumaban y bebían, que tenían sexo sin tapujos, los hombres que se acostaban con ellas, con todas ellas, ¿cómo olvidar al galanazo Mauricio Garcés?
Pero el cine en esta época ya también resentía la crisis financiera y sin aquéllos ídolos del cine de oro, nadie daba un peso por las nuevas producciones a color que comenzaban a proliferar.
Surgieron actores de tercera, que muchas de las veces eran traídos de la televisión para hacer películas que resultaban más bien capítulos extendidos de sus shows, como el caso de las películas de los Polivoces con todo y las apariciones de Chabelo (que ya entonces era viejo), o las películas del Doctor Cándido Pérez.
Mención aparte merecen las películas de terror/comedia con actores como Pedrito Fernández, Lucerito y Tatiana.
Por estas fechas el gran Mario Moreno “Cantinflas” continuaba filmando y mucho, pero sus personajes ya se habían vuelto una sombra de lo que eran, cayendo siempre en el moralismo y el mismo discurso (que no era malo, pero aburría); lo mismo pasaba con Tin Tán, que para entonces, avejentado y con kilos de más, había perdido totalmente su gracia y su talento actoral.
Para los años 80 se puso de moda el mentado cine de ficheras, que no era otra cosa que un libro vaquero llevado a la pantalla grande con personajes como Lyn May, Sasha Montenegro, Andrés García, César Bono, Rafael Inclán y Luis de Alba.
Sobra decir que el cine en los 80 tocó fondo y no fue sino hasta finales de los 90 que recuperó (o lo intentó sin mucho éxito) parte de lo que había perdido. Fue la película Amores Perros de Alejandro González Iñárritu, en el 2000, cuando se inicia el llamado “nuevo cine mexicano”, que, si bien no tiene ni el apoyo ni la demanda que llegó a tener el cine de oro, sí podemos decir que surge de entre las cenizas; si no como un ave Fénix majestuoso, sí quizás como un halcón o una aguililla.
Quién sabe, quizás algún día el cine mexicano vuelva a ser lo que antes fue.
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