Empecé esta serie de tres textos con una reflexión… ¿al mexicano le da risa la muerte? Tradicionalmente se dice que sí, que el mexicano tiene una forma curiosa de verla; yo he tratado de sostener que eso no quita que le tengamos respeto. A la muerte se le respeta, porque poco se le conoce; hoy día no podemos pensar que en México nos reímos de ella.
En la actualidad el Día de Muertos es una de las celebraciones de carácter general más importantes en el país. Quizá se le equiparen los festejos navideños, la Semana Santa y las fiestas patrias; la importancia radica, independientemente del país, en que los diuntos han sido objeto de «los primeros rituales universales que la humanidad ha celebrado» (Iglesias y Cabrera, 2008, 69).
Una de las discusiones más populares en estos días es la que enfrenta a las festividades mexicanas y al famoso Halloween estadounidense. No perdería mucho tiempo en marcar diferencias, ni mucho menos, en enfrentarlas; ambas celebraciones tienen un origen común que no hay que dejar a un lado. Las mismas celebraciones mexicanas, como hoy las conocemos, son parte de una mezcla de decenas de grupos indígenas, una tradición (no menos rica) heredada por los españoles, y además, el mestizaje de lo que hoy conocemos como México. Las fiestas mexicanas, son entonces, un legado producto de una rica mezcla de tradiciones.
Si bien las fechas reconocibles como Día de Muertos son el 1 de noviembre, celebración de los «muertos chiquitos o angelitos», y el 2 de noviembre, día de los muertos grandes o adultos; diversos grupos indígenas en el país adelantan sus festejos desde octubre y hasta mediados de noviembre. Hay que tener en cuenta que ambos meses están estrechamente vinculados con el calendario agrícola; distinto sería realizar la festividad en tiempos de escacez.
Los panteones se llenan de visitantes, flores, velas, panes de muerto y demás, sin embargo, ¿será posible que la fiesta siga intacta en los próximos años? En la actualidad se ha marcado que por cuestiones de espacio y económicas, la gente ha preferido la cremación en lugar del entierro; autoridades del Distrito Federal estiman que en cuatro años los panteones podrían, literalmente, pasar a mejor vida.
De acuerdo a datos proporcionados a Notimiex por el director Ejecutivo de Funerarias J. García y López, Óscar Padilla, «en la capital mexicana mueren 62 mil personas al año, de las cuales unas 20 mil vuelven a sus estados de origen a ser inhumados, y de los más de 40 mil, un 50 por ciento es cremado y la otra mitad es sepultada».
La muerte, de cualquier modo, seguirá siendo parte esencial de nuestra vida y habremos de continuar con alguno que otro ritual al respecto.
Por ejemplo, si bien en los últimos años la presencia de ésta se ha vuelto alarmante debido al enfrentamiento consecuencia de la lucha contra el narcotráfico, hasta los narcotraficantes le temen y le respetan. Así lo marcan cementerios tan ostentosos como Jardines de Humaya, en Culiacán, Sonora, donde por un momento pareciera que nos encontramos ante una pequeña ciudad; en este caso habitada por muertos.
Quizá la risa asociada al mexicano con motivo de estas fechas provenga más de nuestra tradición de lidiar con el dolor de una forma un tanto humorística. Los reto a que se vayan a pasear a uno de los tantos cementerios en la ciudad de México para corroborar la tesis: el mexicano, como todo ser humano, le tiene un respeto muy grande a la muerte. No hay razón para que no sea así, ya que si «la vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor» (Vladimir Nabokov).
Bibliografía.-
Sonia C. Iglesias y Cabrera, Cuando los abuelos regresan, México, Plaza y Valdés, 2008.
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