Hablar de Díaz es hablar de una época. El Porfiriato, también denominado porfirismo, es una etapa clave en la historia de México. Fue un 15 de septiembre de 1830 cuando Porfirio Díaz llegó a este mundo; hijo de una madre mixteca y un padre criollo que vivieron en Oaxaca, México.
Tras la muerte de su padre por cólera morbus, Díaz fue forjándose en el personaje que conocemos por fotografías. Primero entrando al seminario, destino de muchos jóvenes en su época, para después pasar al Instituto de Ciencias y Artes oaxaqueño por ahí de 1845. Dos años después se uniría al ejército, donde no pelearía por el momento. Porfirio, a diferencia de como se piensa en muchos sectores, no era un ignorante. Al contrario, terminó una carrera en leyes que no pudo culminar en 1854 por la revolución de Ayutla.
De 1854 a 1867 Díaz encontraría entonces su vocación militar, aquella que con los años creeríamos enorme; no, no fue así. Si bien Díaz formó parte de muchas batallas, no fue tampoco el héroe militar del que tanto se ha magnificado. Sus intervenciones en la Reforma no fueron definitivas o gloriosas. Pelea en Puebla, Oaxaca y Tehuacán; se recupera pronto de las heridas y se convierte en general a muy temprana edad (a los 30 años). El famoso 5 de mayo de 1862 su participación sí es fundamental, aunque en sus propias palabras, ni él mismo se lo creía.
Lo que hace especial a Díaz, entre otras características, es su inmenso respeto a la lealtad. Él supo premiar a quienes le fueron leales. En la batalla del 2 de abril del ’67 su amigo Carlos Pacheco pierde la pierna; años más tarde, con Díaz en la presidencia, Carlos recibe el pago por su lealtad con la jefatura de gobierno de la ciudad de México.
El respeto por la lealtad no era gratis; Díaz era un animal político nato y sabía que una nueva etapa comenzaba a dibujarse en su vida. Desde 1866 ya no fusila; es por eso que empiezan las rencillas con Benito Juárez, quien siendo igual de inteligente que Porfirio, conocía las intenciones políticas de aquél al que nombró alguna vez ‘un buen muchacho’.
Los años siguientes fueron importantes para Porfirio. En 1867 se casa con su sobrina Delfina, mujer con la que llega a perder entre cuatro y cinco hijos; sólo Luz y Porfirio les sobreviven. En el ’67 nace también su hija más amada: Amada. En el plano político en 1871 se levanta en armas contra Juárez y en 1876 contra Lerdo. Irónicamente su petición era la siguiente: ‘Sufragio efectivo, no reeleción’.
Con ayuda de su compadre Manuel Gonzáles, entre otros, llega al poder en el ’76 para cumplir con su cargo de cuatro años en la presidencia. Gonzáles, quien le sucedería en el cargo, llegaba precisamente a ese puesto por haberle sido fiel a Díaz. Cuatro años después el mismo Porfirio le haría imposible seguir en el cargo; empezaría la larga dictadura del oaxaqueño.
En 1880 doña Delfina pierde un nuevo bebé; esta situación la pone en un estado de salud delicado. Al ver a su mujer tan demacrada Díaz escucha de Delfina su última voluntad; al no haber contraído matrimonio por la Iglesia Católica Doña Delfina tenía un seguro paradero detrás de las puertas del infierno. Ella le pidió entonces a su amado esposo que hiciera lo que pudiera para evitar ese trágico final. A finales del siglo XIX no había de otra; o te ibas al infierno o terminabas en el cielo.
El fiel combatiente de la Guerra de Reforma, aquella con la que entre otras cosas se quitó privilegios a la Iglesia Católica, se veía forzado a hablar con la Iglesia que hacía años no recibía una visita presidencial. En un acto que se mantuvo en secreto por muchos años Díaz visitó a Pelagio Antonio de Labastida, arzobispo en ese momento de México, y le pidió de favor que perdonara a su amada Delfina y lograra el cielo para ella. Labastida, nada tonto, pidió al presidente que firmara un papel en secreto para que se retractara de la Reforma y de su pasado masón. Díaz lo firmó y el pacto se cerró. Había comenzado la política de reconciliación del Porfiriato.
Un año después, ya fallecida Doña Delfina, Díaz se casa con Carmelita (hija de Manuel Romero Rubio, rival político de Díaz). A partir de ahí el antiguo Díaz muere y nace el amante del orden militar. Desde entonces avala gubernaturas de pequeños hombres parecidos al presidente en lugares como Nuevo León, con Bernardo Reyes, y en Oaxaca, con Benito Juárez Maza. Había llegado la pax porfiriana para quedarse.
Las líneas ferroviarias fueron aumentando, los puertos se modernizaron, la explotación petrolera fue importante y se creó un correo de primer nivel, entre muchos otros avances. Hubo crecimiento más no desarrollo. México había pasado en efecto de una anarquía, para pasar a cierta opulencia (como se presentó en las fiestas del centenario de 1910).
Con todo esto: ¿Donde quedó el Díaz bueno? Como todos sabemos, al final de su dictadura, Díaz no era considerado un sanguinario sino más bien un paternalista. Su época había sido diferente, más no mejor. Su gobierno estuvo marcado en efecto por un proyecto, algo que quizá no se había visto en cualquier otra etapa de nuestro joven país; sin embargo, algo era cierto: Díaz no era eterno.
A partir de la crisis desatada el 20 de noviembre de 1910, Díaz suelta el poder en tan sólo 8 meses. Un hombre de 80 años, relativamente fuerte para su edad, había dejado el gobierno de su país sin perder una batalla importante (sólo había caído ciudad Juárez). ¿Por qué abandonar el poder tan pronto?
El 2 de julio de 1915 Porfirio Díaz muere tranquilo. Antes de su deceso pidió sólo un juicio justo por parte del pueblo mexicano.
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