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Por Wolfgang Strauss.
Actualmente el español es el segundo idioma con mayor número de hablantes, superado solo por el chino. Lejos de ser un gran orgullo, debería ser un buen motivo para reflexionar lo que eso implica, y una buena razón que nos exhorte a respetar nuestra lengua y utilizarla de manera adecuada. Con esto no pretendo que todos los hispanohablantes se conviertan en unos puristas intransigentes –como intenta ser su servidor–, sino simplemente hacer conciencia de la importancia de expresarse con propiedad en nuestro idioma.
Los seres humanos utilizamos el lenguaje como principal forma de expresarnos. Estas formas tan desarrolladas de códigos inteligibles que se han implementado desde tiempos inmemorables para poder comunicarnos entre nosotros han ido variando con el transcurrir de los años. El lenguaje cambia constantemente, es cierto, y estos cambios son naturales. Si no existiera ningún cambio el día de hoy seguiríamos hablando latín o indoeuropeo. Sin embargo, conforme el lenguaje va evolucionando, evolucionan junto con él sus “normas de uso apropiado” mejor conocidas como gramática.
El aplicar estas “normas” en el uso cotidiano del lenguaje no es un simple capricho de los enojones profesores de español, o de los payasos estudiosos de las letras, o de aquellos que solo quieren “farolear” sacando sus palabras domingueras y corrigiendo la manera de hablar y de escribir para lucirse en una plática de borrachos: “no se dice haiga, wey, se dice allá”. No, el empleo adecuado de la gramática garantiza que haya una óptima eficiencia comunicativa.
Hablar y escribir utilizando los registros adecuados nos ayuda a que nuestro interlocutor comprenda la idea que queremos transmitirle de la mejor manera posible. El compartir una idea no es tan sencillo como parece a primera vista. En primer lugar estamos limitados por el lenguaje. Tenemos un número finito de vocabulario que se ve más o menos limitado por nuestro conocimiento. En segundo lugar es de suma importancia pensar con mucho cuidado lo que queremos que el otro entienda y cómo hacer para que lo entienda como nosotros lo queremos (suena enredado ¿no?). Pondré un pequeño ejemplo sacado de un cuento de Juan Carlos Onetti: “… me he quedado solo por algunos asuntos personales…”. Actualmente la Real Academia de la Lengua Española decidió que no era indispensable poner la tilde en solo, sin importar que fuera un adjetivo o un adverbio. En el ejemplo de Onetti podemos darnos cuenta que se puede entender de dos maneras diferentes: se quedó únicamente a resolver asuntos personales o se quedó sin compañía a resolver asuntos personales.
En el lenguaje oral uno puede corregir sus errores haciendo entender a su interlocutor mediante señas, explicaciones o preguntando directamente “¿me entiendes?”, pero por escrito el interlocutor está del otro lado del papel, por lo tanto uno debe ser más cuidadoso. En el ejemplo de Onetti no hay ambigüedad, la edición original tiene una tilde indicando que se trata de un adverbio. Pero en caso de no tenerla el autor tendría que haber encontrado una manera de decir lo mismo sin que se pudiera mal interpretar.
Por ello yo los exhorto a emplear su lenguaje con el mayor cuidado posible. Porque hablar y escribir bien no solo nos ayuda a comunicarnos mejor, sino que nos dará una mejor identidad como hispanohablantes y nos reafirmará como la segunda comunidad más grande del planeta. Porque compartir un lenguaje nos impulsa a compartir nuestra cultura.
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