Quien fuera alumno de Sócrates junto con Platón, decidió en su momento darle un peso significativo a la figura de un solo hombre para aleccionar moralmente a toda una nación. Así fue la decisión de Jenofonte, quien a finales del siglo IV, escribiría en su Ciropedia un texto lleno de ficción que buscaba presentar el ideal de un gobernante a partir del persa Ciro.
Lejos del trabajo de Heródoto, y mucho más lejos del de Tucídides, Jenofonte dejó una escuela que sería imitada para fines doctrinales. En México abundan los personajes como Ciro, ideales de todo aquello que da virtud de acuerdo a los intereses políticos del momento. Nosotros, en su enorme mayoría si no es que en su totalidad, crecimos con los personajes como Ciro; figuras de bronce intachables que desde niños supieron su papel en la historia de nuestro país. Así nació la cabeza de Juárez… y las de todos los demás.
La última vez que me paré frente a la Cabeza de Juárez en la delegación Iztapalapa, no dejé de sorprenderme. La obra había sido concebida como una obra plástica integral durante el gobierno del presidente Luis Echeverría. Enclavada en la delegación Iztapalapa, la estructura de seis toneladas de peso, trece metros de altura por nueve de ancho y seis de fondo, es un homenaje indiscutible a la figura del expresidente Benito Juárez. Sin embargo no deja de ser inquietante.
La historia oficial de nuestro país se ha hecho con base en los mitos. Desde el mito del águila devorando una serpiente sobre un nopal, pasando por el mito de la conquista de México, hasta llegar a otros más como el mito de… bueno, eso es otro tema. La cosa es que la historia oficial está llena de mitos, y uno de esos, es el de un Juárez que cuidaba ovejitas soñando con ser presidente; otro mito es el de un Juárez malvado y vende patrias. Aquí, como siempre, lo único cierto es que nos encontramos frente a un hombre que era de carne y hueso.
La construcción de grandes monumentos o mausoleos es parte de una política que encumbra a esos grandes personajes de nuestro pasado con, valga la redundancia, fines políticos. La idea es formar al ciudadano ideal, ese que ingresa al Museo Cabeza de Juárez para ser tocado por el manto sagrado de nuestro personaje histórico y repetir cual merolico: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz».
La valía de un lugar como Cabeza de Juárez no es el exterior ni la parafernalia a su alrededor; la valía proviene de adentro, y no me refiero a sus sentimientos pues es una construcción fría, sino a la presencia de esas pequeñas cabecitas que entran a participar en las diversas actividades que ahí se prestan. Con orgullo el lugar es desde hace ya bastante tiempo una atracción turística de Iztapalapa y uno de los centros recreativos y museos en la ciudad capital.
Benito Juárez fue un personaje que ha atraído a diversos estudiosos, pero no se podría decir que la historia de un país recayó en un solo hombre, así como tampoco en la de las otras «grandes» cabezas de nuestro México. Aquí hay que volver a replantear el hecho de que todas y cada una de las cabecitas en el país le han formado; cada una dentro de su muy particular historia, aportando de alguna u otra manera el tiempo y lugar que hoy ocupamos. Nosotros, del mismo modo y paso a paso, hacemos historia.
El Museo Cabeza de Juárez se encuentra en avenida Guelatao y calzada Ermita Zaragoza sin número, colonia Agua Prieta, en la delegación Iztapalapa, Distrito Federal. El horario de visita es de lunes a viernes de 8:00 a 15:00 hrs., sábado y domingo de 11:00 a 17:00 hrs.
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