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Para un viajero nuevo e inexperto, cruzar el charco como comúnmente se dice, resultó ser toda una travesía en la cual el alma y el cuerpo se desalinearon por varios días.
Primera parada: New Jersey. Banda de revisión; una mujer policía de mayor edad me preguntó que si traía cráneos en mi maleta: “observa cómo se ven”; le respondí que eran calaveras de artesanías mexicanas para adornar un restaurante. Ella río e hizo un par de chistes; me dejó pasar.
Ya en sala de espera, me entretuve observando y escuchando la variada mezcla cultural de los aeropuertos internacionales. Decenas de destinos, pensaba; con solo cruzar una de esas puertas uno saldría disparado a otro lugar del mundo en tan solo un par de horas. Algunos destinos me llamaban más que otros, como Londres y Berlín, aunque hoy no era el tiempo, ahora mi destino era Oslo.
Llegó la hora del vuelo y la sala comenzó a llenarse . Me sentí alienado ya que no había ningún mexicano, ni siquiera un latino; la mayoría escandinavos. No entendía absolutamente nada, y al momento de subir al avión, mi mente comenzó a cuestionarse… ¿a donde voy? ¿Habré hecho lo correcto en llegar primero a este país? Diez horas divididas en horas de vuelo y de espera, más ocho horas y cambio de horario… desconcertante.
Llego, hielo y nieve, ninguna ciudad a la vista, naturaleza y casas de campo.
Paso por aduana, justo lo que temía, “¿puede venir por favor?” Me llevaron a la oficina del supervisor; resulta que mi economía no era la suficiente para permanecer 3 meses en Noruega, que solo me iba alcanzar para 5 días ya que Oslo es la segunda ciudad más cara del mundo, sumándole que aparecía rechazado en el sistema por una visa de trabajo la cual había solicitado semanas atrás. Ya esperaba esto desde mi partida de mi caluroso México, pero por alguna razón pensé que no iba a ver problema…
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