Popocatépetl

Por Enrique Figueroa Anaya.

La cuenca de México no se entendería sin su presencia. Localizado entre los estados de México, Morelos y Puebla, la «montaña que humea» se ubica a 55 kilómetros de la ciudad de México. El Popocatépetl es un constante vigilante del paso del hombre desde su primer establecimiento en lo que hoy es la ciudad de México; vigilante y humeante.

Unido en el norte con la «mujer dormida», el Popocatépetl es un volcán de forma cónica simétrica de carácter explosivo. Es decir, de lanzar lava estallaría de forma explosiva rompiendo la resistencia del cráter. Es un volcán al que siempre se le ha respetado; el segundo más alto de México con una altura de 5,458 metros sobre el nivel del mar.

En tiempos anteriores a la Colonia, el Popocatépetl representaba a una deidad mexica a la que se le rendía culto. Su nombre da pistas de la actividad en tiempos prehispánicos que llevaron a tradiciones como la de los llamados ‘temperos del volcán’, quienes celebran ritos con la intención de solicitar favores y protección. Son ellos quienes le han nombrado don Goyo o Serafín.

Es en el segundo cuarto del siglo XX cuando se tienen registros del aumento reciente de la actividad. Así sucedió con la erupción de 1927, provocada por la extracción de azufre que se realizó en el cráter. En 1947 se vivió una nueva erupción que daría inicio a la nueva actividad del volcán. Desde 1991 la actividad ha tenido un incremento considerable; es a partir de 1993 que las fumarolas y microsismos se hacen cada año más presentes.

La última erupción violenta del volcán se registró el 19 de diciembre de 2000. En aquella ocasión las televisoras dieron cuenta de las piedras y rocas al rojo vivo que salieron del cráter para caer en la parte superior del volcán. Los habitantes en las cercanías se negaron a abandonar sus viviendas por miedo a los saqueos; sólo un cuarto de la población accedió a la evacuación. Todo terminó en una disminución de la actividad.

Hoy el Popocatépetl sigue siendo tema y motivo de alerta. Una explosión está latente y es nuestra obligación informarnos qué hacer en caso de que ésta suceda. La montaña que humea está más viva que nunca y hay que seguirla respetando.

Foto de portada: Miguel Ángel Martínez Delgado.