Personalmente me encanta la lluvia… pero cuando no estoy debajo de ella. Cuando empieza a llover en la ciudad de México, la ciudad parece otra. Si bien el cielo nublado y el agua por todos lados es claro indicador de ello, la dinámica cambia de manera contundente; como que se hace lenta.
Si uno es peatón las cosas se complican. Viajar por el Distrito Federal y cargar con un paraguas no siempre es algo cómodo; aunque claro, hay de esos paraguas de mano, pero uno no siempre carga con ellos. Además, con los encharcamientos el cruzar calles y avenidas por los sectores «menos empapados», es igual un volado. Si a eso le sumamos la «amabilidad» del chofer que con energía pasa encima de un charco al lado de la banqueta… ya ni me hubiera metido a bañar por la mañana.
Ya que uno llega a alguno de los transportes públicos en la ciudad, el problema continúa. Hasta el mejor transporte de la ciudad, el Metro, colapsa. Los vagones viajan más lento echándonos a perder cualquier deseo de llegar a tiempo a nuestros destinos. Subirse a un pesero, cuando éstos no cuentan con limpiaparabrisas, luces o frenos en buen estado, luce más como una aventura. Ya adentro, al lado de cientos de almas que se resguardan del agua, afloran todo tipo de aromas… y sabores.
Como chofer podría parecer menos complicado, quizá un poco menos, pero no tanto. Pareciera que con el simple hecho de llover, los automovilistas chilangos caemos en una especie de lapsus… brutus. La velocidad en las avenidas disminuye, con razón por el aceite sobre el asfalto y los frenos mojados, pero también por los choques que aumentan. Como que el contacto del agua con los autos es incompatible.
Además los ríos y cataratas (como esas del segundo piso del Periférico) se convierten en obstáculos; al tiempo que los baches y coladeras abiertas desaparecen de nuestra vista. Si ya el tránsito es insoportable en la ciudad de México… auméntale tantita lluvia y tendrás el infierno.
Lo peor de todo este cuento es que la ciudad podría ser otra si tan sólo nos lo propusiéramos. ¿Cuántas de estas historias no podrían evitarse con hábitos nuevos que impulsen de manera positiva a nuestra convicencia «acuática» cada que llueve? ¿No sería mejor pensar en todas estas acciones que entorpecen la ciudad antes de que llueva y actuar sobre ellas?
La lluvia es buena sí, pero no en una ciudad que colapsa cada que ésta cae… ¿Cómo sobrevives a la lluvia en el DF?
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