Amor ordinario, una lección de Mandela para el mundo

Por Enrique Figueroa Anaya.

Entristece que en muchas ocasiones la muerte sea apenas la excusa para conocer la vida de tantas personas. La muerte, gran democratizadora en un mundo con tantas injusticias, significa también una pausa en la vida de quienes sufren la despedida; en este caso, el mundo toma una pausa de su cotidiano ajetreo, y en silencio, despide con tristeza a Madiba Mandela.

La lección más importante de Mandela.

La historia la hemos escuchado, leído y visto en apenas las pocas horas que han pasado del fallecimiento del Nóbel de la Paz, Nelson Mandela. Un hombre que vio convencido la lucha pacífica como herramienta para soñar con la igualdad en su país, donde negros y blancos vivían dos realidades, separados por el odio y el resentimiento; y quien finalmente, por un momento, antes de haber sido condenado a muerte, pensó que era irremediable la lucha armada ya que las cosas simplemente no cambiaban.

Perdonado de morir, después de una intensa reacción mundial que presionó al gobierno sudafricano, Mandela fue «simplemente» condenado a cadena perpetua: escondido de los blancos, lejos de los negros. Finalmente liberado, el miedo carcomió a quienes le habían encerrado. ¿Cómo reaccionaría el líder rebelde tras haber sido encerrado por 27 años? La que es probablemente la respuesta más obvia, fue en realidad la resolución opuesta para Mandela. Era tiempo de perdonar, y perdónó.

Fue condecorado con el Nóbel de la Paz en una de las ceremonias más emotivas en la historia del galardón, se alzó con la presidencia de su país, e inclusive fue fundamental en el logro deportivo más importante de la nación sudafricana.

Nelson Mandela es y será recordado como el hombre que puso fin al apartheid y evitó una guerra racial que hubiese dañado no sólo a su país, sino al mundo entero. Las palabras no son exageradas, pero si bien entre los logros de Mandela hay cosas tan sorprendentes como las anteriores, la mayor lección de Mandela es simple.

Nelson Mandela debe ser recordado como un hombre que perdonó, así de sencillo. Un hombre que pese a todo el dolor y sufrimiento, no sólo físico sino moral al que fue sometido, una vez libre, una vez teniendo a la mayoría del pueblo sudafricano de su lado, perdonó.

La lección de Madiba Mandela debería retumbar en todos los rincones del planeta donde el dolor y el sufrimiento han llevado al odio; ese odio que paraliza, que detiene, que no permite el avance de nada y que simplemente estanca. Esa simple lección, en países tan lejanos como el nuestro, debería quedar tatuada en nuestro día a día, porque perdonar no sólo es tan espectacular como en el caso de Mandela, sino en situaciones tan simples y sencillas como nuestro día a día.

Se fue un gran hombre, pero queda la ilusión de que a raíz de recordar su historia y honrar su memoria, surjan otros más que con decisiones tan sencillas, cambien si no el rumbo de su país o detengan una guerra, sí cambien a su entorno y el mundo de sus más cercanos.