Es increíble cómo, a pesar del paso inclemente del tiempo y lo movida y complicada que se ha vuelto la ciudad, existen espacios que se resisten a perderse en el olvido. Uno de esos sitios se encuentra, majestuoso, en la esquina de José María Pino Suárez y República de El Salvador, en el Centro Histórico de la ciudad de México.
El edificio que hoy alberga el Museo de la Ciudad de México, remonta su historia hasta el siglo XVI, en tiempos en los que el conquistador Hernán Cortés repartía terrenos cercanos al antiguo centro ceremonial mexica a militares y civiles que habían participado en la conquista. Uno de ellos, originario de Salamanca, España, fue Juan Gutiérrez Altamirano.
Tras un paso por Cuba, Gutiérrez Altamirano llegó a México en 1527 donde fue nombrado corregidor de Texcoco. En matrimonio con una prima hermana de Cortés, Gutiérrez Altamirano recibió un terreno sobre la calzada Iztapalapa, hoy conocida como Pino Suárez; en su momento, aquél trazo era el más importante de la ciudad.
Se desconoce mucho de aquella primera construcción, si acaso una columna en el patio principal y algo del estilo arquitectónico de la casa quedan como testigos; en realidad, al caer el edificio en propiedad de los Condes de Santiago de Calimaya, el lugar dio paso tras una remodelación al edificio que hoy conocemos.
Sin embargo, y presente aún el día de hoy, uno de los elementos más llamativos del edificio sigue persistiendo. Traído del Teocalli mexica, antes de que éste fuera completamente destruido, una cabeza serpiente de piedra luce gloriosa en la fachada principal de la casa. El elemento perdura hoy día y se muestra como orgulloso testigo del paso del tiempo en una ciudad que cayó para volverse a levantar; todo frente a sus ojos.
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