México en una bandera

Por Enrique Figueroa Anaya.

Fue 24 de febrero de 1941 cuando el entonces presidente de México, Manuel Ávila Camacho, inauguró el que sería el primer monumento nacional a la bandera mexicana en Toluca, Estado de México. La idea, impulsada por el entonces gobernador del estado, Wenceslao Labra, no tenía otro propósito que promover el culto a la enseña nacional. La historia se repitió en varias ciudades del país.

Bajo el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, la Secretaría de la Defensa Nacional llevó a cabo un programa en el que se impulsó izar una serie de banderas monumentales en varias ciudades del país; hoy la bandera ondea en oficinas, escuelas, y todo tipo de dependencias, además de plazas públicas.

Pareciera arriesgado, y aventurado, afirmar que en la bandera coexisten varios elementos que han estado presentes en lo que hoy es México; no lo es, al contrario, resulta tremendamente acertado. Con presencia de características provenientes de la herencia prehispánica y española en nuestro territorio, la bandera de México representa la combinación de varios elementos que nos conforman como nación.

Empecemos por el escudo. El águila (por cierto, últimamente en peligro de exitinción) y la serpiente son símbolos provenientes de la cultura mexica. La leyenda, mitología al fin, cuenta que el pueblo de Aztlán encontraría una señal de su dios, Huitzilopochtli, en la forma de un águila posada en un nopal, con alas extendidas y devorando una serpiente, como pista de dónde establecerse como pueblo.

Los elementos verde y rojo, desde entonces, ya estaban presentes. Por ejemplo, el nopal representaba al árbol cósmico y las tunas rojas a los corazones de los guerreros vencidos. Desde entonces para los habitantes de Tenochtitlan el símbolo era ya unificador.

Tras la conquista el águila y la serpiente se conservaron, en parte, gracias al trabajo de los frailes evangelizadores. Los colores tuvieron la misma suerte, pues formaron parte de los pendones presentes en la fiesta de la bandera instaurada en la Nueva España; los colores verde y rojo pálido fueron constantes.

Durante la guerra de independencia, los distintos bandos adoptaron diversos estandartes y banderas; es ya bien conocido el utilizado por Miguel Hidalgo y Costilla con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Sería José María Morelos, quien en 1811, utilizaría una bandera con la presencia de la misma Virgen de Guadalupe, pero ahora acompañada por el águila y la serpiente devorando una serpiente.

La bandera, al igual que México, vieron su configuración en los primeros años del s. XIX. Ejércitos insurgentes empezaron a enarbolar una bandera tricolor que tendría mayor fama tras el Plan de Iguala, cuando el Ejército Trigarante le utilizó con franjas diagonales que iban de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, de blanco, verde y rojo.

Así, en el día de mayor gloria de este país, la bandera de México vería su primera configuración. Algunos de los cambios más importantes vendrían con el propio Iturbide, quien el 2 de noviembre de 1821 promulgó el orden tricolor que conocemos; así como con Venustiano Carranza, quien después de un peregrinaje del águila y la serpiente, decretó el que sería la presencia de ambos elementos en el escudo nacional. Sería a partir del 17 de septiembre de 1968 que la bandera quedaría tal y como la conocemos hoy.

Es así que hoy, desde el 24 de febrero de 1939, cada año se marca en el calendario cívico este día como el Día de la Bandera.

Fuente: «La bandera nacional, síntesis de nuestro mestizaje», por Rafael Hernández Ángeles.