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Hace años que no me dejaba llevar por un cómic, mi último acercamiento a este género fue en El increíble hombre araña Vol. 2 #36 con una portada totalmente negra: había luto. El número fue dedicado a los ataques terroristas del 9/11 en Nueva York. Al principio de la historia el hombre araña observa los escombros de las Torres Gemelas atónito. Héroes y villanos se unen en aquel #36 de El increíble hombre araña para rendirle homenaje a los bomberos y policías caídos en 2001. Me sorprendió muchísimo la historieta y aun así no volví a tocar un cómic durante más de diez años.
No tengo idea por qué dejé de leer cómics, quizá el cliché del adolescente tonto y geek fanático de las tiras cómicas me hizo dejarlos, o pudo haber sido la sustitución del cómic por el futbol como pasatiempo favorito; quién sabe, el punto aquí es que no volví a tocar un cómic hasta hace unas semanas. Todo un encuentro.
Compré Sin City de Frank Miller, y no lo adquirí por la excelente crítica que tiene en el mundo del cómic, sino que lo quise por la película. Un medio me llevó a otro, una de las ventajas de vivir en nuestro siglo, pero esa es otra historia. Sin City fue llevada al cine por Robert Rodríguez, Frank Miller y Quentin Tarantino (como invitado especial) en 2005. Aunque el cómic está separado en siete historias, la película sólo narra tres de ellas: El duro adiós, La gran masacre, Ese bastardo amarillo y El cliente siempre tiene la razón.
En El duro adiós, el #1 de la saga de Sin City que comencé a leer hace unas semanas, me fue inevitable comenzar a comparar el cómic con la película. Leía los diálogos de los personajes con el tono de voz que tuvieron en el audiovisual y también podía escuchar la música cuando Goldie bailaba en aquel bar de mala muerte. El cómic y el cine me empezaron a ser tan parecidos, que la lectura en un coche en medio de la carretera parecía una sala de cine.
Viñeta a viñeta el cómic me jugaba una broma: de momentos sentía que leía un rollo de película. Cuadro a cuadro narrativo del cómic, éste me llevaba a los encuadres cinematográficos de Sin City en una pantalla. Era como ver cine en una hoja, ¿una locura? No lo creo. El cine y el cómic son primos hermanos, comparten una característica básica: la secuencia.
El cómic es una sucesión de ilustraciones, mientras que el cine se define como una sucesión de imágenes, ¿una casualidad? Jamás. El cómic no necesita de una descripción situacional densa como en una novela o un cuento; en el cine mucho menos. Para el cine y el cómic la situación se pone al instante, las imágenes hacen su trabajo cuadro a cuadro o viñeta a viñeta. Otra característica que estos primos hermanos tienen en común, es la utilización de los diálogos como “principal” motor de información en las historias.
Por supuesto que también tienen sus diferencias; a primera instancia el audio que utiliza el cine, una imposibilidad obvia en el cómic; así como la posibilidad de crear montajes más elaborados en el sétimo arte, entre muchas otras. Sin embargo, el cómic es una fuente inagotable de ideas para el cine; pues, ¿qué literatura le tiene el storyboard listo para su adaptación cinematográfica desde su nacimiento?, la respuesta es simple: el cómic y la novela gráfica.
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