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A mis veinticuatro años de edad puedo decir que tengo dos años trabajando en el sector educativo a nivel primaria –ya sé que no suena nada increíble, pero es toda una meta para mí–. Y sí, al principio fue muy difícil convivir con el “siéntate”, “no grites, levanta la mano”, “ya ponte a trabajar”, etc. Ser maestro implica mucho más que dar el tema del día, calificar tareas hechas por los papás o soportar los escasos valores que se practican en el hogar.
Mi clase no se relacionó desde el principio con la literatura infantil y juvenil; para nada; ésta estaba estructurada a la manera clásica: explico tema, turno de preguntas, hora del ejercicio respectivo y califico. Era un sistema de la era industrial, una antigüedad; y como todo sistema obsoleto: colapsó. Después de la destrucción viene la reconstrucción (una ley), evidentemente, no perdí motivo para desarrollar mi clase de una mejor manera.
A los niños les faltaba pensarse; es decir, hacerse preguntas en la cabeza para ser otros. También tenían que soñar, ver otros lugares, tomar líneas paralelas y tangentes de su realidad; en una frase: les faltaba leer, el motivo perfecto para revolucionar mi trabajo en todo el esplendor de su decadencia. A mis niños les faltaba la narrativa, una buena historia. Como arte de magia el “siéntate”, “no grites, levanta la mano”, “ya ponte a trabajar” fue innecesario.
“El niño que escucha o lee cuentos, sin perder conciencia de su identidad, se convierte, en su interior, en el protagonista: vive sus aventuras y experiencias, comparte sus fracasos y victorias”, (Rey, 2000).
Quien diga que la literatura sólo pertenece al español, está totalmente equivocado, sería como decir que las ciencias están limitadas al campo de las matemáticas, una abominación. Para que exista la literatura se tiene que leer, sea infantil, juvenil, senil o post mortem. Sin el lector la literatura es como el futuro: inexistente. La literatura pertenece al presente, al ahora, al enfrentamiento entre la hoja y la persona para convertirse en un ser humano por primera vez.
Antes de buscar al próximo Steve Jobs mexicano, ganarle en la prueba ENLACE a Japón o censurar De panzazo, la educación en nuestro país debería centrarse en el desarrollo de las capacidades humanas; es decir, el devenir de las estructuras mentales con la literatura, la ciencia, el arte en todas sus expresiones y capacidades físicas deportivas. No basta educar con el “siéntate”, “no grites, levanta la mano” y “ya ponte a trabajar”; con tan sólo hacerlos sentir seres humanos es suficiente.
“Hacer lectores a los niños y a los jóvenes –idealmente, también a los adultos– es una de las grandes necesidades sociales de nuestro tiempo. Y como dije arriba, sólo un buen lector de literatura será un buen lector de todo lo demás”, (Rey, 2000).
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