Por Asfaltos.
Hace mucho tiempo me fui con una amiga al Estado de San Luis Potosí. En aquel sitio, embriagados por la bebida después de un largo día de caminata, nos quedamos mudos. Enclavados en lo que es la Huasteca, el habla se nos acabó cuando escuchamos por vez primera Xochipitzahuatl. Más sobrios (o crudos, como gusten), al día siguiente conocimos su historia.
Originalmente un canto religioso en honor a la Tierra madre, Xochipitzahuatl (Flor menudita) se convirtió con la llegada de los españoles en un canto a la virgen de Guadalupe (Tonāntzin, para los conquistados). Presente en todos los pueblos de lengua náhuatl, pero principalmente en la Huasteca, Xochipitzahuatl es un canto de amor de un pueblo agradecido.
La melodía, que hoy se puede escuchar en varias festividades populares, se canta aún hoy en danzas, fiestas, velaciones, funerales y bodas. Por ejemplo, en las bodas donde la fiesta incluye festines repletos de guajolotes, pollos, semillas, chocolates, chiles, cervezas y refrescos, la canción es indispensable.
Para la interpretación popular de Xochipitzahuatl se utilizan violines, jaranas y guitarras huapangueras. Las mujeres suelen bailar la canción vestidas en trajes tradicionales llenos de colores y de figuras.
Hoy, en medio de la llegada de miles de peregrinos que vienen a celebrar la primera aparición de la virgen morena Guadalupe, les dejo una extraordinaria versión de este canto anónimo en instrumentos del extraordinario Hespèrion XXI del catalán Jordi Savall.
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