Por Asfaltos.
Alguna vez escuché, de una amiga psicóloga, que el saberse engañado es como el saberse asaltado. Hablo, en específico, del engaño de pareja. La charla se prolongó, como es común, entre los dos en una acalorada conversación que nos llevó también por los terrenos de la monogamia, el casamiento y hasta los asuntos de la propiedad. Complejo, todo complejo.
Salió a flote la única vez que (o por lo menos que sepa) me engañaron. Era un morro, o eso quiero pensar, pues de eso precisamente hace cinco años. Su nombre, al día de hoy, me sigue taladrando la cabeza. ¿Cómo pudo hacerlo esa hija de la…? Entonces respiro, es normal, yo, en algún momento con alguna otra pareja, lo hice también. Ah, pinche carne tan débil…
El día que me enteré fue terrible. Casi, casi, la había visto encima del susodicho. Terrible imagen. Lo primero que pensé fue en matarla. Lo confieso, por lo menos en pensamiento, llegué a ser asesino. Escribía a diestra y siniestra -pues en ese entonces escribía «cuentos»- y logré con ello un escalofriento relato en el que por lo menos en mi cabeza, los dos morían. ¿Después? Corrí. El deporte -sí, también «corría»- hacía que me olvidara del asunto; y al final, por si no lo lograba, o me cansaba, siempre estaba el alcohol.
Ah, maldito vicio. Bebí acompañado de esta misma amiga que me consolaba. ¿No vas a manejar, verdad? Preguntaba preocupada. No, no, ¿cómo crees? Error, lo hice. A toda velocidad, y con algunas copas encima, manejé y choqué. La víctima: una banqueta. El reproductor del auto, todavía funcionando a pesar del golpe, seguía reproduciendo la canción que puse en repeat una y otra vez.
Ah, nostalgia, permíteme exorcizar mis demonios dedicando esta nota a una de esas canciones que me recuerdan uno de los peores días de mi vida (ya sé, pinche exagerado). ¿La canción? «Perdón» de Volován.
¡Buen Miércoles nostálgico, banda!
Imagen de Ángel Ortega.
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