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Cincuenta sombras y ninguna flor

Por Paty Caratozzolo.

Las melodías que aparecen mencionadas en las novelas, es decir la música que los protagonistas escuchan en algún momento de la trama, son en realidad las referencias que nos acercan y nos comparten los autores en una especie de narcicismo por contarnos qué música les gusta a ellos mismos.

El primer libro que se me viene a la mente, sólo porque se ha vuelto famosillo en los últimos meses, es «Cincuenta sombras de Grey» de E. L. James (seudónimo de la cincuentañera británica cuyo mayor mérito literario había sido el de abultar un blog sobre nada menos que la saga cinematográfica «Crepúsculo»). «Cincuenta sombras», especie de porno light para amas de casa insatisfechas, terminará desapareciendo sin pena ni gloria y se hundirá en el agujero negro donde se meten las cosas por su propio peso cuando no tienen la gracia ni la forma ni el material del que están hechas las cosas buenas. Pero, más allá de esta muerte anunciada que me atrevo a pronosticar, hay una escena que llamó mi atención: en el capítulo 6, luego de casi cien páginas de un bodrio soporífero, la protagonista sube al coche de Cristian Grey y escucha una música que la sorprende por sugerente y seductora: es el dueto de las flores de la ópera «Lakmé» de Léo Delibes.

El libreto de «Lakmé» describe cómo el amor atrapa a una hermosa sacerdotisa hindú y cómo, aunque juró vengarse de los británicos por someter a su pueblo, termina enamorándose de un joven oficial. Lakmé no sólo no logra cumplir la venganza sino que se suicida al ser traicionada por el indeciso cobarde. Léo Delibes terminó «Lakmé» en 1882 pero el tema de la mujer del lejano oriente que se enamora de un oficial británico (y que termina suicidándose al saberse engañada) no alcanzará su apogeo hasta veinte años después cuando en 1904 se estrena «Madame Butterfly» de Giacomo Puccini.

El dueto es de una belleza indescriptible y tiene un ritmo envolvente e hipnótico que rodea y atrapa al oyente como si la melodía pudiera movernos en espiral manejando nuestro cuerpo a su antojo.

Es un canto al placer de observar la belleza de la naturaleza, un dueto que cantan Lakmé y su amiga Mallika, y obviamente de ninguna manera es el aria más adecuada para la escena del libro. Es claro que la autora habrá considerado que tenía más impacto por ser una melodía famosa: hasta British Airways la usó para una publicidad. Si yo hubiera podido elegir la música de la escena, hubiera mencionado cualquiera de los dos grandes duetos entre Lakmé y Gerald; cuando todavía él era sincero y le juraba su amor.

En fin, para no sentirme mal por ser tan crítica y por si alguna lectora quiere exorcizar sus demonios sexuales sin recurrir al BDSM, les recomiendo ampliamente «Antimanual del sexo» de Valerie Tasso, esas sí son cincuenta luces para una sexualidad femenina más allá de la apología del dolor y la humillación, ¡hágame el favor!

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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