Por Paty Caratozzolo.
El puente de Regensburg sobre el Río Danubio tiene en pie 880 años, fue construido alrededor de 1135 en lo que hoy es Alemania. Es un puente de piedra que mide más de trescientos metros de largo y está formado por dieciséis arcos que no son lo suficientemente grandes para permitir el paso de todas las embarcaciones que circulan por el Danubio. De hecho pensaron en demolerlo varias veces, afortunadamente no lo hicieron sino que se construyó un canal que lo rodea. Hasta 1930 el puente de Regensburg era el único que unía las ciudades de Ulm y Viena y es evidente que su ubicación es estratégica: Carlomagno había construido 300 años antes un puente de madera a pocos metros del emplazamiento actual. Durante la segunda gran cruzada, el mismísimo Luis VII rey de Francia, cruzó el puente que hoy podemos ver. Imaginen todas las guerras que vio este puente, las invasiones, los incendios, el paso del mismísimo ejército de Napoleón, la Segunda Guerra Mundial.
Hildegarda de Bingen vivió entre 1098 y 1179 muy cerca del puente de Regensburg, en el pueblo de Worms, donde fue abadesa del convento. La catedral de Worms, construida también durante la vida de Hildegarda, todavía subsiste y es un ejemplo del estilo arquitectónico del románico tardío. Tiene un perfil estilizado, es muy angosta y alta, muy alta y luego el detalle sublime de sus cuatro torres circulares que parecen de castillo de cuentos de hadas, son tan elegantes y le dan tanta personalidad. Es femenina, como la música de Hildegarda que es indudablemente femenina. Porque Hildegarda no sólo era religiosa sino también compositora.
La historia de Hildegarda está magníficamente retratada en la película «Visión» (2009) de Margarethe von Trotta, interpretada en el papel protagónico por Bárbara Sukowa. (Hago un paréntesis para recomendar no sólo esta película de la dupla von Trotta/Sukowa, sino también la controvertida «Hannah Arendt»).
Pero volvamos a Hildegarda, escritora y diplomática carteándose con papas y emperadores, se hizo famosa sin embargo por las visiones que sufría desde la infancia. Hoy sabemos que posiblemente tuviera alguna especie de epilepsia o migrañas. Su caso está comentado por el neurólogo Oliver Sacks en un capítulo de su libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Sacks muestra algunos de los dibujos y esquemas de sus extenuantes visiones que son una muestra perfecta del arte psicótico, el terrible horror vacui («miedo al vacío»).
En los escritos de Hildegarda hay una repetición estereotipada de los motivos, un geometrismo mórbido, una estilización de las formas en aproximación a figuras geométricas y finalmente una tendencia a la simbolización. En cuanto a su música, también se caracteriza por las líneas simples, extáticas y contemplativas, los motivos simples y cortos que se repiten en formas compuestas más complejas y envolventes. Un ejemplo es «Favus Distillans», algo así como panal de abejas que gotea miel, una imagen muy curiosa de una estructura simétrica regular con gotitas brillantes en cada celda. El puente, la catedral, la música, los dibujos… toda Hildegarda en fin.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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