Por Asfaltos.
Al revisar la historia del rock mexicano no se puede dejar de mencionar una banda que sorprendió a inicios de los ochentas. La realidad de los músicos en nuestro país empezaba a ser otra tras el hito de Avándaro que marcó a una generación anterior. Con productores más conocedores del género, con el apoyo de disqueras grandes que apostaron por sonidos más elaborados, y evidentemente con músicos a la altura, Chac Mool es probablemente de los mejores recuerdos de un tiempo que fue.
Progresivo con influencia inglesa e italiana. La agrupación que componían el talentosísimo Jorge Reyes, maestro en la flauta que debiera ser ejemplo para futuros o actuales proyectos; Carlos Alvarado, quien dotó de su muy particular gusto por el progre y lo electrónico a la banda; Mauricio Bieletto, cantante que cumplía; Carlos Castro en las percusiones; y Armando Suárez en mandolina y bajo; indudablemente genera nostalgia por la manufactura y cuidado con la que fue concebida.
Su primer álbum, «Nadie en Especial», contiene canciones de gran valor. El cuidado en los instrumentos y las letras que guardaban interesantes interpretaciones, quedan como ejemplo en canciones como «Un mundo feliz», «El visitante», «Bienvenidos al fin del mundo» y «El día que murió el Rey Camaleón», entre otras.
Hoy, para recordar a Chac Mool, lo haré con una de mis canciones favoritas: «Sombras de la noche». La pieza, una de las dos más largas del segundo álbum «Sueños de metal», da cuenta de las mejores cualidades de la banda. El desarrollo de un concepto, la gran exhibición de sus cualidades y el entendimiento del rock progresivo de la época, son algunos de los elementos que exhibe «Sueños de metal» de Chac Mool.
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