Era medio día de hace ya año y medio, en una cabina de radio sobre Avenida Constituyentes (casi con el cruce en Avenida Reforma), donde desde hace algunos minutos había llegado el «Cochiloco». A mí, Enrique Figueroa Anaya, me tocaba acompañarlo…
La primera vez que supe de él me enteré de sus peripecias como narcotraficante. Se decía que San Miguel Arcángel (bautizado por los narcos como San Miguel Narcángel) le pertenecía al «Cochiloco». Que si bien era territorio de Los Reyes, el «Cochiloco» era quien realmente mandaba en aquella zona. Algunos me contaron historias extraordinarias en donde colocaban a este individuo en una cueva devorando a sus víctimas; para algunos, el «Cochiloco», era el mismísimo Diablo en el mismísimo Infierno.
Fue a mediados de agosto de 2010 cuando le conocí; distaba mucho de la imagen que me había creado de él. Llegaba apurado, preocupado porque probablemente había llegado unos minutos tarde, «es el tráfico, apenas me acostumbro a esta ciudad». Le saludé de manera fuerte y me sonrió. Aquella vez nos vimos poco, fue a sus entrevistas y nos despedimos. Debo de aceptar que me dio mucho gusto conocerle, vamos, hasta foto le pedí (cosa que normalmente no hago).
Aquella vez hace año y medio fue un poco distinto; hubo más tiempo para platicar. Cuando llegué ya le estaban entrevistando. Platicaba alegre sobre su experiencia en ‘El Infierno’ al lado del «Benny». Habló de «La Cuñada» y del «Diablito». En fin, sonreía y se mostraba como era, un personaje con dos personalidades, una que se había forjado por su necesidad de triunfar, y otra que le era innata. Ese era el «Cochiloco». Cuando terminó me volví a presentar, me recordó y me dio un fuerte apretón de manos; le ofrecí un aventón y lo aceptó.
Creo que nunca había metido a alguien tan grande como el «Cochiloco» en mi auto. Tuve que hacer el asiento del copiloto lo más atrás que pude y apenas cupo. Mi auto es pequeño, vamos, no es una troca. Cuando empezamos el recorrido, que a diferencia del pasado sí me quedaba de paso, conocí un poco más del «Cochiloco».
Su nombre verdadero es Joaquín Cosío, actor que vivió muchos años en ciudad Juárez, sitio del que me platicó tiene muy buenos recuerdos. En aquel momento estaba involucrado con una obra de teatro. «Me gusta mucho el teatro, el contacto íntimo con la audiencia…». En aquellos días no contaba con el impacto mediático que al final tuvo, en efecto, después del estreno de ‘El Infierno’. Platicamos sobre mi trabajo, sobre lo que nos había dejado la película y sobre el tráfico. Fue una charla informal, en un auto en medio del tráfico de la ciudad de México. Fue una charla informal con uno de los actores que se robó las pantallas (de cine, de YouTube, de las copias piratas, etc.) en mi país.
Al final lo dejé cerca de su casa. Nos despedimos. Lo ví unas dos o tres veces más; en alguna entrevista, en la premiere y en el set de otra película. Siempre sencillo, portándose muy amable y platicando conmigo. Sin duda la imagen que tuve del «Cochiloco» terminó en el baúl de los recuerdos, y en aquella magnífica película de Luis Estrada, para darle paso entonces al recuerdo de Joaquín Cosío y su tremenda sencillez.
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